Cómo adorar a Dios sin adorarlo en vano 14/10/18 (#1009)

Episode 11,   Oct 15, 2018, 12:21 AM

Pastor José Luis Cinalli - 14/10/2018

Cómo adorar a Dios sin adorarlo en vano

“Este pueblo está cerca de mí con la boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí y el culto que me da es pura rutina humana”, Isaías 29:13 (Castillian). “El culto que me rinden no sirve de nada… en vano me adoran”, Mateo 15:9 (BLA) y 9 (NVI).

“En vano me adoran”. ¿Cómo adorar a Dios sin adorarlo en vano? La Biblia nos da la respuesta: “…Adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente”, Hebreos 12:28 (NVI). Recordemos que Jesús todavía está vivo. Es una verdad muy sencilla, pero necesitamos que se nos la recuerde constantemente. Pues si tuviéramos consciencia de su presencia lo respetaríamos y tendríamos mucho más cuidado al participar de los cultos de adoración. Jesucristo es nuestra autoridad. Todo el infierno confiesa la majestad de su poder y el esplendor de su Deidad. No existe demonio, por fuerte o poderoso que sea que no tiemble ante Él. No existe y no puede existir un caso que sea demasiado difícil para Él. ¿Es Cristo incapaz de salvar? ¿Existe alguna enfermedad tan difícil que el gran médico no pueda curar? ¡Jamás! ¿Puede Cristo ser superado por Satanás o el pecado? ¡Imposible! El rompe los cerrojos y las puertas de hierro y pone a los cautivos en libertad. Entonces tratemos a Dios con todo el respeto que Él se merece.

Como la mayoría de las disciplinas espirituales la adoración puede ser privada o colectiva. El Nuevo Testamento menciona mucho la adoración pública: “Los creyentes se congregaban regularmente… y adoraban juntos en el templo…”, Hechos 2:42 (NT BAD) y 46 (NTV). “Los discípulos… iban al templo para adorar a Dios”, Lucas 24:52-53 (TLA). La Biblia describe a la iglesia con metáforas como “rebaño” (Hechos 20:28), “cuerpo” (1ª Corintios 12:12), “templo” (Efesios 2:21) y “familia” (Efesios 2:19). Cada una de estas figuras implica una relación entre las partes individuales y con el todo.

Los creyentes se reunían para adorar a Dios el primer día de la semana. “En la noche de… domingo, los discípulos se reunieron… Jesús entró… y los saludó diciendo: “¡Qué Dios los bendiga y les dé paz!’”, Juan 20:19 (TLA). “El domingo nos reunimos a celebrar un servicio de comunión, y Pablo predicó…”, Hechos 20:7 (NT BAD).

El domingo, el día de la resurrección del Señor (Marcos 16:9), era también el día en que se tomaba la cena (Hechos 20:7), se diezmaba y ofrendaba: “Los domingos cada uno de ustedes aparte algo de lo que ganó durante la semana, y dedíquelo a esta ofrenda…”, 1ª Corintios 16:2 (NT BAD). Con razón Juan llamó al domingo “el día del Señor”, Apocalipsis 1:10. ¡Qué diferencia para la iglesia actual! Consagrar el primer día de la semana a Dios es para muchos una posibilidad cierta solamente si se combinan una serie de acontecimientos. Primero, el clima. Mucho calor es una invitación para ir de picnic; demasiado frío es una oferta para invernar en casa, apoltronados frente a la caja de entretenimientos llamada televisión. Otro factor es el dinero. Si hemos cobrado el dios mamón nos llama a disfrutar el placer momentáneo que nos producen las cosas nuevas y entonces el shopping está de fiesta. Además no tiene que ser feriado el lunes ni haber recibido visitas, ni ser el cumpleaños del perro porque sería imperdonable no festejar con un asado tamaño acontecimiento. ¿Y qué me dices del fútbol? Solo si la AFA y la FIFA están de paro al mismo tiempo tendremos alguna chance de que los fanáticos vayan al culto. Cualquier cosa compromete nuestra participación en la adoración congregacional. No solo eso, como no valoramos la disciplina espiritual de adorar en comunidad, tampoco inspiramos a nuestra familia a hacerlo. ¿Traer a los niños al culto? Para algunos padres eso es tan raro como un eclipse de sol. Pero el colmo de la displicencia la encontramos en aquellos que prefieren llevar a sus hijos a jugar a cualquier parque o mirar cómo despegan los aviones antes que traerlos a la iglesia. Sería muy bueno recordar el mandato bíblico: “No descuidemos, como algunos, el deber que tenemos de asistir a la iglesia…”, Hebreos 10:25 (NT BAD). Asistir a la iglesia no da lugar a otra interpretación más que reunirse con otros creyentes para adorar. Cuando esta carta fue escrita no había otra manera de interpretar este mandamiento. No podemos autoconvencernos de que nos ‘reunimos’ cuando por algún medio electrónico vemos el culto desde otra parte. La única motivación al transmitir los servicios por internet es que la palabra de Cristo sea predicaba durante la semana además de bendecir a quienes están imposibilitados de participar físicamente o a quienes viven lejos y todavía no tienen una iglesia a la que pertenecen o, a quienes teniendo una miran los cultos en un horario y se congregan en otro. Existe promesa de presencia divina cuando los creyentes se reúnan: “Donde están… congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, Mateo 18:20. Los que sustituyen la asistencia a la iglesia por participar de un culto en línea se pierden muchas bendiciones. ¡El beneficio es considerable menor!

Jesús dijo: “Adora al Señor tu Dios”, Mateo 4:10 (NTV) y David expresó: “Vengan, adoremos e inclinémonos. Arrodillémonos delante del SEÑOR, nuestro creador”, Salmo 95:6 (NTV). Ahora bien, se debe adorar a Dios en público sin dejar de hacerlo en privado. La adoración congregacional no debe sustituir la adoración secreta. Cuidado con perder el balance. Jesús adoraba en privado, pero también participaba fielmente de la adoración en la sinagoga: “Cuando Llegó a Nazaret… fue como de costumbre a la sinagoga…”, Lucas 4:16 (NTV). “¿Cómo podemos adorar a Dios en público una vez por semana cuando no nos preocupamos por adorarlo a solas durante la semana? ¿Podemos esperar que la llama de nuestra adoración a Dios arda vivamente en público en el día del Señor, cuando apenas titila por Él en secreto los demás días? ¿Será que nuestra experiencia de adoración colectiva nos deja muchas veces insatisfechos porque no buscamos satisfacer la adoración en privado? Tozer dijo: “Si se rehúsa a adorar a Dios siete días por semana, tampoco lo adorará en un día a la semana”. Esta es la verdadera razón por la que muchos cristianos no valoran la adoración pública: porque tampoco adoran a Dios en lo secreto durante la semana.

Reflexionemos juntos acerca de los cultos de adoración congregacional. La Biblia señala: “Tributemos a Dios un culto agradable con reverencia y respeto”, Hebreos 12:28 (BLPH). Cuando cantamos u oramos debemos pensar en Dios, de lo contrario no lo estamos adorando. ¿Permanecemos atentos a lo que se dice de Dios o a lo que Dios nos está diciendo? Alguien describió al hombre contemporáneo de la siguiente manera: “Adora su trabajo, trabaja durante sus ratos de distracción y se distrae durante la adoración”. Así que no importa qué digamos, cantemos o hagamos, únicamente adoramos a Dios cuando Él es el centro de toda nuestra atención. Algo más, los cultos deberían ser una fiesta en honor al Espíritu Santo. ¿Cómo nos preparamos para una fiesta? No descuidamos ningún detalle. Ropa, peinado, regalo. Todo está cuidadosamente preparado. ¿Hacemos lo mismo para encontrarnos con Dios? Quizás digas: “no es lo mismo ya que Dios mira el corazón”. Precisamente, ¿está tu corazón preparado? La boca ha sido una cloaca toda la semana, nos agarramos a las piñas en la casa y echamos espumarajos de maldiciones hasta que no podemos más. Ni qué hablar de la noche anterior al culto. Alimentamos los demonios de la lujuria y echamos a correr alcohol por sus venas hasta reventar y luego llegamos, entramos con un aire de arrogancia, a los empujones, le damos a Dios un regalo de rutina y le cantamos canciones apáticas y sin pasión. Somos tan insensibles que podemos irnos a casa sin que nos remuerda la conciencia convencidos de que hemos cumplido con Dios.

Una reflexión final. Pensemos en algunos personajes bíblicos que adoraron y su adoración no fue en vano. David quiso construir un altar para adorar a Dios. Un hombre llamado Arauna le ofreció el lugar y la ofrenda para que lo hiciera, pero él dijo: “Yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me haya costado nada. Así que yo te pagaré todo lo que me des…”, 2º Samuel 24:24 (TLA). Abraham entendía muy bien este principio espiritual, ya que en su adoración estuvo dispuesto a ofrecer a su único hijo: “Quédense aquí con el burro —dijo Abraham a los siervos—. El muchacho y yo seguiremos un poco más adelante. Allí adoraremos”, Génesis 22:5. Ana, la mamá de Samuel, también practicaba la ofrenda de sacrificio: “Y Ana... crió a su hijo hasta que lo destetó. Después, lo llevó con ella a la casa del Señor... He venido porque prometí dedicarlo al Señor para toda la vida. ¡Para siempre será del Señor!”. Y allí adoró al Señor”, 1º Samuel 1:23-28 (RVC). La adoración de todas estas personas consistía en darle a Dios lo mejor que tenían. ¡Pero cuidado! Dar a Dios lo mejor no implica solo sacrificio económico. ¿No es un verdadero sacrificio entregarle a Dios nuestros hijos? Ana lo hizo y Dios transformó a Samuel en una bendición para toda la nación. Siempre que recibas una bendición de Dios devuélvesela a Él como una ofrenda de amor. Si lo haces, Dios la transformará en una bendición para todos y más aún aumentará las bendiciones sobre tu vida.