La muerte es segura. El pecado es la causa. Cristo es la cura 09/12/18 (#1017)
José Luis Cinalli - 9/12/2018La muerte es segura. El pecado es la causa. Cristo es la cura.
“El Señor se enojó muchísimo con Israel y los expulsó de su presencia… Los hizo pasar muchas dificultades; permitió que les saquearan todo lo que tenían y, finalmente, los arrojó lejos de su presencia… los desterró de su país y los llevó a Asiria, donde están hasta el día de hoy”, 2º Reyes 17:18-23 (PDT).
La nación de Israel fue deportada y su cautividad nunca ha terminado: “Nunca más tendré misericordia de la Casa de Israel, sino que del todo los olvidaré”, Oseas 1:6 (OSO). “Israel está lleno de maldad. Ya no volveré a perdonar sus pecados”, Amós 8:2 (BLS). ¿Por qué razón Israel fue severamente castigada? Por su desobediencia: “Esto sucedió porque no obedecieron al Señor…”, 2º Reyes 18:12 (BAD). El salmista dijo: “…Se rebelaron y sufrieron por sus pecados”, Salmo 107:17 (NTV). Dios les había dicho muchas veces que la bendición es el resultado de la obediencia: “Obedézcanme… ¡Hagan todo lo que les diga y les irá bien!”, Jeremías 7:23 (NTV). Sin embargo ellos no lo escucharon: “Dios les había advertido muchas veces… que dejaran de hacer lo malo y obedecieran los mandamientos… pero ellos no hicieron caso…”, 2º Reyes 17:13-14 (TLA). Al final acabaron con la paciencia de Dios y fueron duramente castigados: “Israelitas… Dios los rechazará porque lo han desobedecido. Por eso perderán su patria y andarán vagando entre las naciones”, Oseas 9:17 (BLS). Ignorar a Dios una y otra vez tiene un costo demasiado alto porque nadie sabe cuándo se termina la gracia y comienza el juicio. Así es el pecado. Te lleva más lejos de lo que quisieras ir y te obliga a pagar un precio que nunca imaginaste pagar.
Ahora bien, la ruina de Israel se debió en gran medida a sus pecados secretos: “Los israelitas… habían hecho muchas cosas en secreto, que no eran agradables al SEÑOR su Dios”, 2º Reyes 17:9 (NTV). Dios toma muy en serio lo que hacemos mientras nadie nos ve: “Dios juzgará toda obra… aun la realizada en secreto”, Eclesiastés 12:14 (BAD). Los israelitas pecaban en oculto y también sus líderes: “… Dios me dijo: “Mira a los jefes de Israel. ¡Allí los tienes, cada uno adorando en secreto a su propio ídolo! Ellos... piensan que no los veo’”, Ezequiel 8:12 (TLA). Nosotros obramos de la misma manera. Cuando sabemos que lo que hacemos está mal tratamos de hacerlo en secreto para que nadie nos vea. ¡Qué ingenuo fue David al creer que lo que hacía en su dormitorio con Betsabé no sería visto por el Señor! Dios le dijo: “Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel”, 2º Samuel 12:12 (NVI). Jesús dijo: “Todo lo que esté escondido se descubrirá, y todo lo que se mantenga en secreto llegará a conocerse”, Lucas 12:2 (TLA). “El Señor… sacará a la luz nuestros secretos más oscuros y revelará nuestras intenciones más íntimas…”, 1ª Corintios 4:5 (NTV). “Gente joven: ¡la juventud es hermosa! Disfruten de cada momento de ella. Hagan todo lo que quieran hacer… pero recuerden que tendrán que rendirle cuentas a Dios de cada cosa que hagan”, Eclesiastés 11:9 (NTV).
Los pecados que se cometen en privado no son secretos para Dios. “No hay nada en toda la creación que esté oculto a Dios. Todo está desnudo y expuesto ante sus ojos; y es a él a quien rendimos cuentas”, Hebreos 4:13 (NTV). “Tú conoces todas nuestras faltas; ves todos y cada uno de nuestros pecados secretos”, Salmo 90:8 (PDT). Pablo expresó: “Dios juzgará… la vida secreta de cada uno”, Romanos 2:16 (NTV). Desafiar a Dios en secreto es tan dañino como la rebelión declarada: “¡Qué mal les va a ir a los que tratan de esconderse para que Dios no los vea cuando hacen sus planes malvados! Qué mal les va a ir a los que andan diciendo: “Nadie nos ve, nadie se da cuenta’”, Isaías 29:15 (TLA). “Buscaré con linternas en los rincones más oscuros… para castigar a quienes descansen cómodos con sus pecados…”, Sofonías 1:12 (NTV). “Los vigilo de cerca y veo cada pecado. No hay esperanza de que se escondan de mí”, Jeremías 16:17 (NTV). “Maldito sea el hombre que hace un ídolo… y lo guarda en un lugar oculto… para adorarlo”, Deuteronomio 27:15a (LPD) y 15 b (PDT). Reflexionemos: ¿qué pecado mantenemos en oculto y adoramos en secreto? ¿Pornografía? ¿Adulterio? ¿Mentira? ¿Algún bien obtenido de manera fraudulenta? ¿Negocios turbios?
La consecuencia más grave de la desobediencia es el alejamiento de Dios. El pecado siempre acarrea disciplina y siempre aleja la presencia de Dios de nuestras vidas: “El Señor se enojó muchísimo con Israel y los expulsó de su presencia…”, 2º Reyes 17:18 (PDT). ¡Cuando se pierde la santidad se pierde la comunión con Dios! “El Señor… anda por tu campamento para protegerte… Por eso tu campamento debe ser un lugar santo; si el Señor ve algo indecente, se apartará de ti”, Deuteronomio 23:14 (BAD). ¿Existe algo indecente en tu dormitorio, en tu computadora, en tu celular o en tu biblioteca? ¿No crees que sería más beneficioso abandonar el pecado antes de arriesgarte a perder la presencia de Dios?
Ahora bien, lo que realmente cuesta es aceptar que somos pecadores. Nuestros corazones son tan rebeldes y nuestras conciencias están tan entenebrecidas que si no es por el Espíritu Santo nosotros creeríamos que todo está bien. Al decir de San Agustín: “mi pecado más incurable era el no creerme pecador”. Oremos para que el Espíritu Santo nos convenza de pecado, Juan 16:8. Cuando eso sucede sentimos el peso y la fuerza de aquellas cosas de nuestra vida que sabemos que a Dios no le agradan. Existen cuatro maneras de saber si una persona está bajo convicción de pecado:
1. Está convencida de la maldad de todos sus pecados y no solamente de un pecado en particular. Es mala señal cuando se condena apasionadamente un pecado, pero se pasa por alto otro. Una persona puede creer que adulterar está muy mal, pero robarle a Dios en los diezmos no tanto. Una conciencia medio endurecida (blanda en un área y dura en otra) no está bien. Cuando el Espíritu Santo es el que obra la persona siente que todo pecado es malo y que lo aleja de Dios.
2. Está convencida de su estado pecaminoso. La persona se da cuenta del estado espiritual miserable y paupérrimo en el que está. El caso contrario es el de un creyente que después de haber sido descubierto en adulterio cree que todo debe volver a la normalidad porque dijo: “lo siento”. Cree tener el derecho a que nadie lo critique, cree que puede seguir o retomar el ministerio y la vida como si nada hubiera sucedido. Pedro le hizo ver a Simón el mago no solo que estaba mal querer comprar el poder de Dios sino también la miserable condición en la que se encontraba: “En hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás”, Hechos 8:23. En otras palabras, el pecado reflejaba una enfermedad espiritual más grave. El alma convencida de pecado acepta libremente su sentencia de muerte y admite su condición: “Soy un vástago de Satanás, lleno de pecado. Toda mi naturaleza está sumida en la maldad. No merezco nada y si Dios decide enviarme al infierno no tengo argumento contra su decisión. Aun bajo condena reconocería que Dios no ha hecho ningún mal sino que mi pecado ha sido mi propia ruina”.
3. Está convencida de que no puede salvarse a sí misma. No solo cree que todo pecado es malo y que está en un estado de pecado sino que se da cuenta de su impotencia para salvarse a sí misma. Hay personas que están dispuestas a confesar su pecado y creen que pueden escapar del infierno haciendo buenas obras. Quieren recuperar su crédito con Dios, y el favor divino haciendo algún tipo de bien. No podemos aferrarnos a la confianza en nosotros mismos para salir del pozo en el que estamos. Lo que mata a los pecadores no es su mal, sino su médico: piensan curarse ellos solos; y ese engaño los hace incurables. Apártate de la autoconfianza religiosa. Pídele al Espíritu que te ayude a arrepentirte.
4. Se acoge de buen agrado a la plena provisión que Dios le hace por medio de Cristo Jesús. No existe un pecado que el cristiano no pueda vencer si descansa en Dios para hacerlo, Carlos Spurgeon.
Vivamos lejos del pecado y no por temor al infierno sino por amor al cielo. Los desafío a vivir íntegramente aun en lo secreto y no por temor a ser descubierto sino para no entristecer a Dios. Los únicos perjudicados de nuestra desobediencia somos nosotros. Lo que está en juego es la presencia misma de Dios y la eternidad. “Obedézcanme… ¡Hagan todo lo que les diga y les irá bien!”, Jeremías 7:23 (NTV).