Nadie murió asfixiado por tragarse el orgullo 03/02/19 (#1025)
Pastor José Luis Cinalli - 03/02/2019
Nadie murió asfixiado por tragarse el orgullo
“Nabucodonosor… dijo: “¡Qué grande es Babilonia! ¡Yo fui quien la hizo grande… para mostrar mi poder a todo el mundo!”…Estaba hablando… cuando se oyó una voz del cielo que dijo: “Nabucodonosor, a partir de este momento dejarás de ser rey… vivirás… entre los animales. Comerás hierba del campo… hasta que reconozcas que el Dios altísimo es el único rey de este mundo…’”, Daniel 4:28-32 (TLA).
El rey de Babilonia sufría de una enfermedad llamada orgullo. Y el orgullo fue la causa de su ruina. “Tras el orgullo viene el fracaso…”, Proverbios 16:18 (DHH). Un pecado del espíritu le trajo como consecuencia una enfermedad física. El rey se volvió loco. Lo mismo le había sucedido al rey Saúl. Prefería vivir enfermo antes que soltar el orgullo de su corazón: “Samuel fue a ver a Saúl, pero… Saúl había salido… para hacerse un monumento en honor a sí mismo”, 1º Samuel 15:12 (PDT). Absalón tenía el mismo problema: “Mandó hacer en su honor un monumento…”, 2º Samuel 18:18 (BLS). Al igual que Saúl y Absalón algunas personas prefieren perder trabajo, ministerio, matrimonio y aun su propia vida antes que tratar con el orgullo de su corazón. ¿No lo crees? Estudiemos entonces la vida del rey Belsasar. En sus ínfulas de poder y arrogancia tomó las copas del templo y bebió de ellas rindiéndole culto a sus dioses. Mientras lo hacía vio una mano humana que escribía sobre la pared del palacio. Temblando de miedo hizo traer a los brujos, astrólogos y adivinos para que interpretaran el mensaje, pero ninguno pudo hacerlo. Entonces trajeron a Daniel quien le dijo: “El Dios Altísimo dio a tu padre Nabucodonosor la realeza, el poder, la gloria y la majestad… Pero cuando su corazón se infló de orgullo… fue echado de su trono real y se le quitó la gloria… Eso duró hasta el día en que reconoció que el Dios Altísimo es el dueño de las realezas humanas… Pero tú Belsasar…no te has humillado siendo que sabías todo eso… por eso… Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin… Esa misma noche el rey… Belsasar fue asesinado”, Daniel 5:18-30 (BLA).
Belsasar debió haber aprendido del ejemplo de su padre quien vivió en el campo como un animal durante todo el tiempo en que protegió su orgulloso corazón. Bien lo dice la Biblia: “El orgulloso termina en la vergüenza…”, Proverbios 11:2 (TLA). En cuanto Nabucodonosor se deshizo de su orgullo recuperó el favor divino. No solo sanó de la locura sino que recobró el reino y su grandeza: “Yo, Nabucodonosor… le di gracias al Dios altísimo… y lo alabé… Tan pronto como dije esto, sané de mi locura y recuperé la grandeza de mi reino… y llegué a ser más poderoso que antes”, Daniel 4:34-36 (TLA). Belsasar sabía todo esto y aun así perseveró en su orgullo para terminar en la ruina total. ¿Y qué haremos nosotros ahora que también sabemos todas estas cosas? ¿Seguiremos las pisadas de Lucifer para terminar como Saúl, Absalón y Belsasar? ¿Seguiremos apadrinando el orgullo o lo llevaremos a juicio poniendo fin al indulto? Piensa bien tu decisión porque el orgullo acarrea juicio: “Dejen de ser tan orgullosos… pues el SEÑOR… juzgará sus acciones”, 1º Samuel 2:3 (NTV). ¿No están siendo mortificadas muchas personas hoy en día a causa del orgullo? Hay quienes padecen enfermedades cuyo origen no es físico y cuya resolución no es médica. El origen de la depresión de Saúl era espiritual. De haberse arrepentido de su desobediencia hubiera sanado de su locura. Pero no lo hizo. En su lugar pretendía remediar su problema utilizando la musicoterapia. Un problema cuyo origen es espiritual tiene que ser resuelto por recursos espirituales. Dejemos de tratar las enfermedades como si todas fueran físicas. Busquemos la guía del Espíritu Santo y evaluemos nuestra vida para descartar si la causa de alguno de nuestros males no es espiritual.
El orgullo acarrea disciplina. ¿Todavía no estás convencido? Entonces estudiemos de cerca la vida del rey Ezequías. Dios lo había prosperado económicamente y lo había sanado de una enfermedad incurable, 2º Crónicas 32:24-29. Sin embargo “a pesar del beneficio que había recibido, Ezequías no fue agradecido, sino que se llenó de orgullo, por lo cual el Señor se enojó con él… y decidió castigarlo”, 2º Crónicas 32:25 (DHH y TLA). Dios castigó a Ezequías quitándole su favor. Se cumplieron las palabras del proverbista: “El Señor acaba con las posesiones del orgulloso…”, Proverbios 15:25 (PDT). Finalmente Ezequías trató con su orgullo y Dios volvió a bendecirlo: “Ezequías se humilló, quitando el orgullo de su corazón… de modo que no vino… la ira del SEÑOR en los días de Ezequías”, 2º Crónicas 32:26 (NBLH). La evidencia bíblica de que ningún orgulloso escapará al castigo de Dios es sencillamente abrumadora. Te daré otro ejemplo: el rey Uzías. “Mientras Uzías buscó a Dios, Dios le dio prosperidad”, 2º Crónicas 26:5 (BAD). Sin embargo “Uzías… se volvió orgulloso, y fue precisamente su orgullo lo que causó su ruina”, 2º Crónicas 26:16 (BLS). ¿Y sabes cuál fue su castigo? ¡Una enfermedad! “El Señor castigó al rey con lepra hasta el día de su muerte”, 2º Reyes 15:5 (NVI). Una persona orgullosa que se atribuye el mérito de sus buenas obras es ladrón. Y lo que es peor, ¡le está robando al mismo Dios!
El orgullo es el pecado favorito del diablo. No te olvides que fue el orgullo como ángel bendecido que lo transformó en Satanás, el maldito. El diablo utiliza el orgullo para envenenar el corazón del creyente. El propio David padeció bajo sus garras. Ignorando el consejo de su hombre de confianza censó su ejército para demostrar su poderío militar olvidándose que todo había sido obra de Dios: “Que el Señor su Dios multiplique cien veces las tropas de Su Majestad… pero, ¿qué lleva a Su Majestad a hacer tal cosa?”, 2º Samuel 24:3 (NVI). ¿Qué castigo recibió David por su orgulloso corazón? ¡Acertaste! “Dios envió una enfermedad por todo Israel… y…murieron setenta mil personas”, 2º Samuel 24:15 (BLS).
Dios no disimula su enojo con los orgullosos: “…Yo aborrezco a la gente que es orgullosa y presumida…”, Proverbios 8:13 (TLA). “El Señor odia… los ojos orgullosos…”, Proverbios 6:16-17 (PDT). “La mirada arrogante y el orgullo… son pecado”, Proverbios 21:4 (PDT). Si Dios te ha dotado de ciertas capacidades especiales para edificar el cuerpo de Cristo dale toda la gloria a Él. Humíllate porque esos dones son regalos, es gracia de Dios y no obra propia. Pablo dijo: “No es que pensemos que estamos capacitados para hacer algo por nuestra propia cuenta. Nuestra aptitud proviene de Dios”, 2ª Corintios 3:5 (NTV). Cuando oramos, predicamos, consolamos o aconsejamos ¿lo hacemos para ser considerados ‘buenos’ o para hacerles un bien a los demás? El hombre humilde puede encontrarse en el camino con Satanás, pero el orgulloso está en peor situación. Dios mismo le resistirá: “Dios resiste a los orgullosos…”, Santiago 4:6 (BLA). Por otro lado, nuestro orgullo hace que los dones de otras personas sean de muy poco provecho para nosotros. Somos tan ‘suficientes’ que casi ningún hermano es lo bastante espiritual como para ministrarnos.
¿Nos tenemos en alta estima espiritual? Cuidado. Muchos creyentes humildes tienen mucho que ofrecernos si no somos demasiados orgullosos para recibir alimento espiritual de sus manos. Lo único que nos defiende del orgullo es la humildad. Recordemos que luchamos contras espíritus del infierno cuya idea es levantarnos bien en alto para que tengamos una caída más fuerte. Intentarán convencernos de que nuestras logros son fruto de nuestro propio esfuerzo y que merecemos el crédito por ellas. ¡Seguramente sabemos que no es así! Por si nos hemos olvidado, recordemos cómo éramos antes de que llegara el Espíritu Santo con los dones del almacén de Dios. ¿Cómo sentir orgullo por las riquezas de otro? Podemos impresionar a los hombres con los dones, pero no impresionaremos a Dios. Nosotros sabemos de dónde provienen esos tesoros. El orgullo devora nuestro espíritu de alabanza: cuando deberíamos bendecir a Dios, estamos aplaudiéndonos a nosotros mismos.
“Yo les digo a los orgullosos y a los perversos que dejen a un lado el orgullo”, Salmo 75:4 (PDT). Al igual que Saúl y Absalón somos tentados a levantar un monumento. Si nuestra meta secreta es levantarlo para nuestra propia memoria y para que la gente alabe nuestra fe después de la muerte, la ofrenda no será aceptada por Dios. El Señor no recibe ninguna ofrenda de un corazón orgulloso; pero no rechazará ninguna ofrenda de la mano humilde. Sigamos el ejemplo del profeta Samuel quien levantó un monumento en honor de Dios y dijo: “Eben-ezer… el Señor nos ha ayudado”, 1º Samuel 7:12 (DHH). ¿Levantaremos un monumento a nosotros mismos o lo haremos para honrar el nombre de Dios?