La gente de fe cambia el mundo, la gente incrédula lo mantiene como está 03/05/2020 #1090
Episode 93, May 04, 2020, 12:16 AM
José Luis Cinalli
3/5/2020
La gente de fe cambia el mundo, la gente incrédula lo mantiene como está
“Mantengamos fijos los ojos en… Jesús… iniciador y perfeccionador de nuestra fe”, Hebreos 12:2a (NT-BAD) y 2b (BAD).
No existe nada que agrade tanto a Dios como la fe y nada tan ofensivo como la incredulidad. Tanto la fe como la incredulidad se expresan mediante las palabras. Cuando el ángel le anunció a Zacarías que tendría un hijo, él dijo: “… Imposible... soy demasiado viejo…”, Lucas 1:18 (NT-BAD). En cambio cuando se le informó a María que concebiría del Espíritu Santo, ella dijo: “Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho…”, Lucas 1:38 (DHH). El lenguaje de Zacarías estaba vacío de fe porque se miraba a sí mismo y a sus limitados recursos. En cambio María se enfocó en Dios y en sus ilimitadas riquezas. Ella no tenía la experiencia y capacitación de Zacarías pero tenía fe, y tenía fe porque miraba a Dios. ¿Lo ves? El poder de un creyente no radica en sus fuerzas o talentos, ni siquiera en el tamaño de su fe sino en Dios. ¡No es una gran fe la que te hace un vencedor sino la fe en un gran Dios!
¿Qué otro ejemplo tenemos de un lenguaje incrédulo? El de los israelitas. Salieron de Egipto y empezaron a murmurar: “… ¡Es mejor ser un esclavo en Egipto que un cadáver en el desierto!”, Éxodo 14:12 (NTV). “… ¡Qué pronto olvidaron lo que él había hecho!...”, Salmo 106:13 (NTV). En el momento en que una nube grande como la palma de nuestra mano aparece en el horizonte la confianza se pierde y el corazón se desvanece. Tres días después de haber cruzado en seco el mar Rojo “la gente se quejó…”, Éxodo 15:24 (NTV). Y tres semanas después “toda la comunidad de Israel se quejó… nos has traído a este desierto para matarnos de hambre”, Éxodo 16:2-3 (NTV); Éxodo 17:2. Peor aún: “El pueblo de Israel… puso a prueba al Señor diciendo: “¿Está o no el Señor aquí con nosotros?”, Éxodo 17:7 (NTV). ¡Y todo esto sucedió en menos de dos meses!, (Éxodo 19:1). La queja se había vuelto un estilo de vida. Rezongaban por todo, hasta por el alimento que les caía del cielo: “… Detestamos este horrible maná”, Números 21:5 (NTV); Números 11:6. ¡Qué cosa deshonrosa es la queja! Con razón el corazón humano es llamado “corazón malo de incredulidad” siempre dispuesto a “apartarse del Dios vivo”, Hebreos 3:12.
Llama la atención el lugar donde murmuraban: en sus carpas. “… Refunfuñaron… rezongaron en sus tiendas…”, Salmo 106:25 (NVI y NTV). “Cuando Dios escuchó sus quejas, se enojó… “¡todos caerán muertos en este desierto!...”, Deuteronomio 1:34 (TLA) y Números 14:29 (NTV). Cuidado porque las cosas que decimos o hacemos a escondidas son las que Dios tiene en cuenta para bendecirnos y también son las que nos descalifican para la promoción divina. El principio del fin de Ananías y Safira tuvo lugar en el interior de su casa. Allí donde nadie más los escuchaba se pusieron de acuerdo para mentirle al Espíritu Santo y cuando lo hicieron fueron eliminados, Hechos 5:1-11. Por tu propio bien y el de tu familia no hables descuidadamente ni siquiera de puertas hacia adentro. Dale a Dios un ambiente de puro respeto y nunca correrás el peligro de que se ofenda y se vaya.
La segunda cosa que llama la atención es el interés manifiesto de los israelitas por volverse a Egipto, Números 14:4. ¿No era mejor estar con Dios en el desierto que en Egipto al servicio del Faraón? Pese a todos los milagros que vieron nunca le creyeron a Dios: “… ¿Hasta cuándo se negarán a creer en mí, a pesar de todas las maravillas que he hecho entre ellos?”, Números 14:11 (BAD); Deuteronomio 1:32 (NTV). ¿No tenemos nosotros la misma tendencia a la desconfianza? Nos cuesta mucho creerle a Dios y tan fácil confiamos en el diablo. Cuánto sufrimiento, miseria y degradación ha sufrido el hombre por haber oído la voz de Satanás, y no obstante, jamás oirás que alguien se queje por servirlo. Nadie está decepcionado del país de las tinieblas ni interesado en escapar de la nefasta influencia del ‘faraón’. Una pequeña dificultad en el camino de la fe y ya estamos quejándonos de Dios. Olvidamos diez mil bendiciones delante de la más pequeña privación. Los israelitas suspiraban por Egipto y codiciaban sus frutos, pero nunca dijeron algo acerca de los golpes de los capataces o de la fatiga en los hornos de ladrillos. Solo recordaban los recursos que Egipto les proveía para satisfacer los deseos de la carne. ¡Cuán a menudo sucede eso con nosotros! Cuando mengua el primer amor, cuando Cristo ya no es nuestro todo, cuando ya no es lo más precioso que tenemos; cuando la Palabra de Dios y la oración pierden su encanto y se convierten en un deber fastidioso entonces las miradas se dirigen hacia el mundo, luego el corazón sigue a las miradas y, al fin, los pies siguen al corazón. Anhelamos sentarnos junto a las ollas de carne en un país de muerte antes que andar con Dios en el desierto y comer con Él pan del cielo. ¿Qué es lo que nos ofrece el faraón y su país de tinieblas? Solo migajas, miseria, sufrimiento y degradación. Y aun así le servimos y nunca nos quejamos.
Nuestra fe es débil cuando debería ser fuerte, intrépida y vigorosa. Nada refresca y deleita tanto el corazón de Dios como una fe audaz: “Sin fe es imposible agradar a Dios...”, Hebreos 11:6. La única cosa que asombró a Jesús en esta tierra fue la fe de un centurión romano y de una mujer cananea: “… Nunca he visto en Israel a nadie con tanta fe”, Mateo 8:10 (PDT). “… Mujer, ¡qué fe tan grande tienes!...”, Mateo 15:28 (BNP). Bartimeo fue sanado porque tuvo fe: “Tu fe te ha sanado…”, Marcos 10:52. A la mujer con flujo de sangre Jesús le dijo: “Tu fe te ha sanado…”, Marcos 5:34 (NTV). A los ciegos que se habían acercado por sanidad Jesús les preguntó: “¿Creen que puedo darles la vista?”, Mateo 9:28 (NTV). Solo cuando ellos dijeron “sí” Jesús los sanó, Mateo 9:29. Jesús no respondió a la necesidad de estas personas, respondió a su fe. Incluso la oración que trae bendiciones es aquella que se hace con fe: “… Oren por cualquier cosa, y si creen, la recibirán…”, Marcos 11:24 (NT-BAD). ¡Lo que realmente mueve la mano de Dios es la fe!
¡Purifiquemos nuestro vocabulario incrédulo! ¡Basta de quejas! Dios ha prometido estar con nosotros, cuidarnos y suplir todas y cada una de nuestras necesidades. ¿Lo puedes creer? ¿Crees que el Todopoderoso Dios, creador y sustentador de todas las cosas ha tomado sobre sí la tarea de estar contigo siempre y de suplir todas tus necesidades? Una cosa es abrazar la teoría de vivir por fe y otra cosa muy distinta es vivir esa vida. A menudo nos engañamos con la idea de que estamos viviendo por fe cuando en realidad nos apoyamos en algún sostén humano que tarde o temprano habrá de ceder. Profesamos depender solo de Dios cuando el hecho es que nos sentamos junto a los manantiales humanos, buscando algo de ellos. No pongas tu confianza en la criatura: “Malditos son los que ponen su confianza en simples seres humanos… Pero benditos son los que confían en el SEÑOR y han hecho que el SEÑOR sea su esperanza y confianza. Son como árboles plantados junto a la ribera de un río… nunca dejan de producir fruto”, Jeremías 17:5-8 (NTV). El verdadero creyente encuentra su todo en Dios. Sus riquezas, su guía, su consejo y su dirección. No se trata de menospreciar los instrumentos humanos que Dios se complace en utilizar; al contrario, debemos apreciarlos pero conscientes de que no reemplazan a Dios. ¿Cómo podemos mirar a otro que no sea Dios? ¿Cómo podemos esperar que alguien más que aquel que es poseedor de las inescrutables riquezas pueda suplir nuestras necesidades? ¿Por qué esperar consejo de alguien que no es la fuente de toda sabiduría? No nos apoyemos en el frágil tejido de una araña sino en el fuerte brazo del Dios omnipotente.
¿En quién está puesta tu confianza? El que confía en el Señor encuentra en Él todos sus recursos. Ninguna cosa le hace falta al que vive por fe. Su palabra y su presencia es todo lo que necesitamos. Jesús dijo: “… No tengas miedo. Solamente debes tener fe”, Marcos 5:36 (CST). “… ¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?”, Juan 11:40 (NTV). La gente quiere ver para creer, pero el orden divino dice que hay que creer para ver. No existen límites a la bendición siempre que confiemos plenamente en Dios: “… Al que cree todo le es posible”, Marcos 9:23. Los inagotables tesoros del cielo están abiertos para la fe. Estamos bajo la mirada y la mano de Uno cuya sabiduría es infalible, cuyo poder es omnipotente, cuyos recursos son inagotables, cuyo amor es infinito; que ha tomado a su cargo el cuidar de nosotros, que conoce todas nuestras necesidades y que está dispuesto a satisfacerlas según el amor de su corazón y la fuerza irresistible de su brazo santo. Pues, ¿qué nos queda por hacer? Pues nada más que creer y obedecer. ¡Nuestro santo privilegio consiste en obedecer a Dios, descansar en su fiel amor y creer a sus maravillosas promesas!