Por qué pido y no recibo 24/05/2020 #1093
Episode 96, May 31, 2020, 10:46 PM
Pastor José Luis Cinalli
24/5/2020
Por qué pido y no recibo
“Cuando el Señor oyó las murmuraciones… se enojó… e hizo este juramento: “Ni una sola persona… verá la… tierra que prometí dar…”. Y por culpa de ustedes, el Señor se enojó conmigo y me dijo: “Tampoco tú entrarás… ¡Vuelvan al desierto!”… Entonces ustedes me contestaron: “Hemos pecado contra el Señor… ahora iremos y lucharemos… Pero el Señor… dijo… “No vayan… pues yo no estoy con ustedes”… pero… no… hicieron caso… Entonces los amorreos… los derrotaron… Cuando ustedes regresaron, lloraron ante el Señor, pero él no escuchó sus lamentos…”, Deuteronomio 1:34-45 (DHH).
Después de que Dios librara a los israelitas de la esclavitud de Egipto los llevó hasta las puertas de la tierra prometida y les dijo: “¡Miren, les doy toda esta tierra! Entren y tomen posesión de ella…”, Deuteronomio 1:8 (NTV). Pero no lo hicieron: “El pueblo se negó a entrar… porque no creían la promesa de que Dios los iba a cuidar… Se quejaron… y dijeron: “Seguro que el SEÑOR nos odia… nos trajo desde Egipto para entregarnos en manos de los amorreos para que nos maten”, Salmo 106:24 y Deuteronomio 1:27 (NTV). ¿Cómo es posible que pensaran de esa manera después de todo lo que Dios había hecho por ellos? El Señor se enojó y juró que nadie entraría a la tierra prometida, ni siquiera Moisés y Aarón: “… Puesto que ustedes no creyeron en mí, no llevarán a esta congregación a la tierra que les he dado”, Números 20:12 (RVC). Moisés no pudo entrar a la tierra aunque sí pudo verla: “Dios le dijo…: “Este es el país que le daré a Israel… He querido que lo veas, porque no vas a entrar en él”, Deuteronomio 34:4 (TLA). Moisés pidió pero su oración no fue contestada: “… Le supliqué al Señor: … Te ruego que me permitas pasar… Pero el Señor… no me concedió lo que le pedí…”, Deuteronomio 3:23-26 (DHH). El juicio de Dios a Moisés nos enseña que la gracia no invalida la justicia de Dios. No importa cuán cerca de Dios esté una persona o qué gran obra pueda ella hacer en su favor, la ley de la siembra y la cosecha se aplica a todos. La gracia puede perdonar pero el gobierno de Dios no puede ser burlado. La gracia de Dios hizo que Moisés viera la tierra, pero su justicia lo condenó a morir antes de entrar. La gracia perdonó el pecado de Adán, pero su justicia lo expulsó del Edén. La gracia perdonó a David, pero la espada de la justicia divina nunca se apartó de su casa. Vivir en la gracia no significa que podamos hacer cualquier cosa sin consecuencias. La gracia no es una licencia para pecar. Si elegimos hacer lo malo pagaremos por ello: “Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”, Gálatas 6:7. Si Moisés no pudo escapar de las nefastas consecuencias de una atmósfera incrédula, ¿cuánto más nosotros deberíamos evaluar nuestro círculo íntimo y los ambientes en los que nos movemos?
Existe una enseñanza más en este pasaje: es mucho más fácil creer las mentiras del diablo que las promesas de Dios. ¿Qué más se podría haber hecho para que Israel creyera en Dios? “Aun después de todo lo que él hizo, ustedes se negaron a confiar en el SEÑOR…”, Deuteronomio 1:32 (NTV). “No le creyeron a Dios ni confiaron en su cuidado”, Salmo 78:22 (NTV). Por lo tanto el Señor se enojó y les ordenó volver al desierto. ¿Obedecieron? De ninguna manera. Ellos dijeron: “Iremos y pelearemos por la tierra… porque pensaron que sería fácil atacar…”, Deuteronomio 1:41 (NTV). Hasta hace un instante pensaban que Dios los odiaba y que los había llevado al desierto solo para entregarlos en manos del enemigo. No había forma de convencerlos para que tomaran posesión de la tierra, pero ahora dicen que es cosa fácil. Lo que viene es peor aún. Dios les dijo: “No ataquen, porque no yo estoy con ustedes. Si insisten en ir solos, serán aplastados por sus enemigos”, Deuteronomio 1:42 (NTV). Cuando se los llamó a subir y tomar posesión de la tierra con la completa seguridad de que la presencia y el poder de Dios los acompañaría, dudaron y no quisieron ir. Ahora que se les asegura que Dios no peleará por ellos, quieren ir. ¿Y qué hicieron? Fueron a la guerra y volvieron derrotados. Si Dios es por nosotros y con nosotros, venceremos siempre. Pero no podremos contar con Dios si no andamos por el sendero de la obediencia. Es una locura pensar que Dios nos ayudará cuando nuestros caminos no son rectos. Entiéndase bien. No es que no podamos mirar a Dios en nuestra debilidad o en nuestros errores y pecados. Si arrepentidos nos volvemos a Dios Él nos perdonará. Pero la confesión y el perdón de los pecados no anulan sus consecuencias. Cuidado con presumir tener a Dios de nuestro lado cuando vivimos en pecado. Dios no puede tener comunión con una persona que no esté santificada ni puede usar un vaso sucio. No conviertas la gracia en licencia para pecar. Es imperioso que aprendamos esta lección: ¡el que abandona a Dios es abandonado por Él! “… ¡El SEÑOR permanecerá con ustedes mientras ustedes permanezcan con él!... si lo abandonan, él los abandonará…”, 2º Crónicas 15:2 (NTV); Números 14:43. Sansón se alejó de Dios y Dios “ya no estaba con él”, Jueces 16:20 (BLPH). David le dijo a Salomón: “… Si lo abandonares; (Dios) te abandonará para siempre”, 1º Crónicas 28:9 (Jünemann). La idea de que Dios bendice a sus hijos porque son sus hijos, sin importar lo que hagan no es nueva. Los israelitas creían tener derecho a la protección divina simplemente porque formaban parte de su pueblo escogido: “... No les presten atención a esos que andan asegurando que no voy a destruir esta ciudad porque aquí está mi templo… Ustedes roban, matan, tienen relaciones sexuales con la esposa de otro hombre, no cumplen lo que prometen y adoran… a otros dioses… Aun así… piensan que por estar aquí están a salvo. Después salen y siguen haciendo todas estas porquerías… Por eso… los voy a expulsar de mi presencia...”, Jeremías 7:3-15 (TLA).
Los que dijeron “iremos y pelearemos” fueron humillados y destruidos sin piedad: “… Volvieron y lloraron delante del SEÑOR, pero el SEÑOR no escuchó su voz, ni les hizo caso”, Deuteronomio 1:45 (NBLH). Lo que parecía ser un arrepentimiento no lo fue. Es muy fácil decir: “Hemos pecado”. Saúl lo dijo pero sin que su corazón tomara parte; no sentía lo que decía. ¿Y cómo lo sabemos? Por sus frutos. Después de decir “he pecado” le dijo a Samuel “hónrame en presencia de los ancianos del pueblo”, 1º Samuel 15:30 (NC). ¡Qué extraña contradicción! “He pecado” y sin embargo “hónrame”. Lo mismo sucedió aquí con los israelitas. Dijeron: “Hemos pecado contra el Señor… ahora iremos y lucharemos…”. La confesión no tenía ningún valor; no era sincera. Si lo hubiera sido se hubieran sometido al juicio de Dios y aceptado humildemente las consecuencias. “He pecado” pero “hónrame” es muy común hoy en día. “¡Pequé pero cuidadito con sacarme del ministerio!”. “¡Pequé pero que mi esposa no lo sepa!”. Las exigencias del presunto arrepentido es la evidencia de que no está arrepentido. El que se arrepiente de verdad se somete a las consecuencias. Se siente tan abrumado por el peso de lo que hizo que no quiere otra cosa que sentirse perdonado. ¡Qué inútil es la confesión de labios cuando el corazón no lo siente! La mera fórmula religiosa de confesar ligera y precipitadamente el pecado sin sentirlo es una gran deshonra a Dios. En cambio, un corazón contrito es una delicia para Dios: “... Dios no desprecia a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente”, Salmo 51:17 (TLA). Las lágrimas que fluyen de un corazón arrepentido son preciosas para Dios. Pero la confesión y las lágrimas de los israelitas en el pasaje que estamos estudiando no eran sinceras, por lo tanto el Señor no las aceptó. Dios no contestó sus oraciones porque su arrepentimiento no era sincero. La confesión y las lágrimas no eran reales. Si lo hubieran sido Dios hubiera recibido la ofrenda pues sabemos que el débil clamor de un corazón quebrantado sube rápidamente al trono de Dios. Cuando la confesión y las lágrimas van unidas a la voluntad propia y a la rebeldía no tienen ningún valor y constituyen un verdadero insulto a la divina Majestad.
¿Cómo terminó la historia? Con el pueblo de Israel vagando por el desierto durante cuarenta años. La incredulidad es una cosa seria. Entristece el corazón de Dios y deshonra su nombre. Y no solo eso sino que nos priva de sus bendiciones. ¿Alguien tiene idea de cuánto perdemos por causa de la incredulidad? ¿Puede alguien cuantificar las bendiciones que Nazaret se privó a causa de su falta de fe? “Debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí…”, Marcos 6:5 (NTV). Cuando dudamos y desconfiamos de Dios somos privados de grandes bendiciones. La incredulidad impide que seamos bendecimos, dificulta que seamos útiles, nos priva de ser instrumentos para promover la obra de Dios y de ver los milagros poderosos que Dios es capaz de hacer a través de nosotros. En cambio la fe atrae bendiciones, nos coloca en las manos de Dios, nos convierte en instrumentos útiles, nos hace ser partícipes de las obras del Espíritu y, por sobre todo, glorifica a Dios quien se contenta con aquellos que tienen una fe sincera. En definitiva, no hay límites a la bendición que podríamos gozar si nuestros corazones fueran siempre gobernados por esa clase de fe que cuenta con Dios y que Dios siempre se complace en honrar.