El hermano mayor del hijo pródigo 01/11/2020 #1116
Episode 119, Nov 02, 2020, 11:44 AM
Pastor José Luis Cinalli
1/11/2020
El hermano mayor del hijo pródigo
“Un hombre tenía dos hijos… El… mayor estaba en el campo… oyó la música… y… preguntó qué era aquello… Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo… Entonces se enojó, y no quería entrar… Su padre… le rogaba que entrase. Mas él… dijo…: tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar… el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta… porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”, Lucas 15:11-32.
Esta es la historia de un padre y dos hijos. El menor representa al pecador extremo y descarado; el padre a Jesucristo y el hermano mayor a los fariseos y escribas religiosos y legalistas. La parábola registra las dos maneras en las que las personas tratan de acercarse a Dios; es decir, mediante las buenas obras o por medio de la fe. El hijo menor recibe la gracia y el perdón del padre gratuitamente, pero el hijo mayor pretende hacerlo mediante las buenas acciones. La verdad es que nadie puede ganarse la salvación o el derecho a entrar en el cielo haciendo el bien. Somos salvados por gracia y solo por fe: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe… la salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho…”, Efesios 2:8 (NBLH) y 9 (NTV). La parábola del hijo pródigo es bien conocida, no así la parte de la historia que se refiere al hijo mayor. Es la más subestimada pero probablemente la más importante de toda la parábola porque revela verdades espirituales muy profundas. Veamos cuáles son:
1) Sirve al padre pero está perdido. El hijo mayor sirve al padre, sin embargo, está perdido tanto como el hijo menor. Vive en la casa del padre pero está lejos de su corazón. ¿Dónde estaba cuando su hermano exigía la herencia deshonrando los intereses del padre? ¿Por qué no protegió a su hermano de las malas decisiones? Porque no tenía relación con ellos. No hizo nada para impedir que se fuera de casa y no se alegró cuando regresó a salvo. Y nosotros, ¿qué hacemos para que los hijos pródigos se reconcilien con el Padre y regresen a su casa? Si realmente estuviéramos interesados en agradar a Dios nos ocuparíamos mejor en la tarea de buscar a las ovejas perdidas y traerlas al redil de Dios. ¿Se puede trabajar para Dios en su ‘propia casa’ y no conocerlo? El hijo mayor de la parábola es un ejemplo. Jesús dijo “… El día del juicio, muchos me dirán: “¡Señor, Señor! Profetizamos…, expulsamos demonios… e hicimos muchos milagros en tu nombre”. Pero yo les responderé: “Nunca los conocí. Aléjense de mí…”, Mateo 7:21-23 (NTV). Nuestro primer llamamiento es a amar y conocer a Dios y luego a trabajar para Él. Jesús llamó a sus discípulos “para que estuvieran con él y luego enviarlos a… anunciar su mensaje”, Marcos 3:14 (PDT). Restaura tu altar secreto de adoración. Tu vida depende de eso.
2) Sirve al padre sin querer al padre. El hijo mayor parece ser un dechado de virtud. Vive y sirve a su padre obedeciéndolo en todo. Pero lo hace para su propio beneficio. Lo único que le interesa de su padre es la herencia. Por eso sufre cuando ve que su capital disminuye en fiestas para hijos arrepentidos. Los ‘hermanos mayores’ de hoy en día sirven y obedecen a Dios pensando solo en la recompensa y si no la reciben pronto se molestan mucho. Quizás no cometamos pecados tan groseros como el hijo pródigo, pero nuestro corazón puede estar tan sucio como el del hijo mayor. Cuidado con los pecados del espíritu. Cuidado con el odio, el egoísmo y la hipocresía. Cuidado con la falta de compasión y la resistencia a perdonar. El hijo menor de la parábola representa a los pecadores extremos, descarados y atrevidos. Es decir lo peor de lo peor. En cambio, el hijo mayor representa al pecador secreto, el que esconde hipócritamente el pecado bajo la cortina de las buenas obras y se muestra como justo, religioso, espiritual y moralmente correcto. En la superficie son diferentes, pero en el fondo son iguales. Dos tipos de pecadores, pero ambos están perdidos. Muchos creen que Dios quiere gente buena, pero Él quiere gente nueva, nacida del Espíritu. No gente reformada sino gente transformada. Tenemos que arrepentirnos de los pecados externos, pero también de los pecados del corazón. Hacer lo bueno no es suficiente, hay que hacerlo con la motivación correcta. ¿Qué nos impulsa a hacer lo que hacemos? ¿Cuál es el verdadero motivo de nuestro servicio a Dios? ¿Su gloria o la nuestra? ¿Sus intereses o los nuestros? Trabajemos solo para hacer famoso el nombre de Jesús.
3) Sirve al padre sin querer lo que el padre quiere. El padre quiere que su hijo perdido vuelva a casa y que su familia esté unida. Pero al hijo mayor no le interesan esas cosas. Al contrario, se enfurece porque el padre perdona a su hermano sin exigir resarcimiento. En su mundo religioso no hay lugar para la gracia y el perdón de manera gratuita. Así eran los fariseos a quienes Jesús dirige la parábola. Ellos dicen conocer a Dios pero en realidad no lo conocen. No saben que Dios encuentra su gozo en la recuperación de pecadores arrepentidos. Y no lo saben porque no lo conocen. Y no lo conocen porque no tienen ninguna relación con Él. Por lo tanto no se preocupan por sus intereses. Los hijos extraviados no son una prioridad. No esperan que los pecadores se arrepientan sino que se pierdan en el infierno. Esa actitud farisaica está impregnada en muchos creyentes que miran con desdén a quienes se vuelven arrepentidos de sus pecados. Se creen superiores porque no pecan groseramente. Ese era el problema del hijo mayor. Se consideraba bueno, santo y obediente: “Yo nunca te desobedecí”, Lucas 15:29. Su actitud nos recuerda la oración del fariseo que oraba consigo mismo y daba gracias porque según él no era como los otros pecadores ni siquiera como el publicano que oraba a su lado, Lucas 18. En cambio, la actitud del publicano era muy diferente. No se sentía digno del amor y del perdón de Dios. No se atrevía a levantar los ojos al cielo sino que golpeando su pecho decía: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, Lucas 18:13. ¿Y qué sucedió al final? El publicano fue justificado por Dios mientras que la oración del fariseo nunca llegó al cielo. Cuidado con el orgullo. Nada de vanagloriarnos por nuestra vida espiritual. Todos estamos en primer grado. Y solo los humildes serán promocionados a un grado superior. Que nadie olvide que el traje que vestimos es prestado. Cualquier grado de unción que tengamos es de Dios y debe ser utilizada solo para su gloria y para su beneficio.
La parábola presenta dos clases de pecadores: uno grosero y descarado y el otro, secreto e hipócrita. Sin embargo, el perdón por gracia se ofrece a ambos. ¿Cómo lo sabemos? Porque el padre salió de la casa por los dos. Salió y corrió con las túnicas levantadas (eso era vergonzoso) para recibir con los brazos abiertos al hijo menor pero también lo hizo por el hijo mayor. Así es Dios: su amor es para todos. Aunque no todos responden de la misma manera. Los hijos mayores, es decir los religiosos y legalistas, son difíciles de alcanzar porque se resisten a lo único que los puede salvar: la gracia de Dios. Están convencidos de su propia justicia personal. ¡Qué curiosidad! El amante de las prostitutas se arrepintió, aceptó el perdón por gracia y se salvó; en cambio el hijo mayor, el hombre de rectitud moral se perdió para siempre. Es peligroso pensar que nuestras buenas acciones nos darán acceso a la presencia de Dios.
A la parábola parece faltarle un final. Lo último que sabemos es que el padre salió de la fiesta para convencer a su hijo mayor de que entrase y disfrutara. ¿Cuál fue la respuesta del hijo mayor a la invitación del padre? La Biblia no lo dice. Bueno, entonces pensemos en una posible respuesta. El hijo mayor se sintió culpable, se arrepintió del enojo y le pidió al padre que lo perdonara. El padre lo abrazó, se reconcilió con él y juntos entraron a la fiesta. Sería un hermoso final donde todos terminan felices. Pero desafortunadamente ese no es el final. Sucedió algo muy diferente. El hermano mayor estaba tan furioso con su padre que tomó un trozo de madera y lo golpeó hasta matarlo. Quizás te preguntes dónde dice eso. Bueno, no es en esta historia, pero sí en la Biblia. Los fariseos y escribas meses después de que se contara esta parábola clavaron a Jesús en un madero. Esa es la historia que escribieron los fariseos en relación al amor del Padre expresado en Cristo. Pero aun así no es el final de toda la historia porque en la muerte de Jesús está el amor mismo de Dios para pagar la totalidad de la deuda por nuestros pecados: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz, fue azotado para que pudiéramos ser sanados”, Isaías 53:7 (NTV). Él fue el Cordero de Dios castigado por nuestros pecados. Su gracia se ofrece a todos. La provisión para el perdón de nuestros pecados ha sido hecha, tanto para hijos menores o hermanos mayores. El precio ha sido pagado. ¿Qué harás al respecto? ¿Cómo responderás al amor de Dios manifestado en Cristo?