Parábola del fariseo y el publicano 13/12/2020 #1122

Episode 125,   Dec 14, 2020, 03:40 PM

 Pastor José Luis Cinalli
13/12/2020
Parábola del fariseo y el publicano
 
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo… oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros… ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador… Cuando el cobrador de impuestos regresó a su casa, Dios ya lo había perdonado; pero al fariseo no. Porque los que se creen más importantes que los demás, son los menos valiosos para Dios. En cambio, los más importantes para Dios son los humildes, Lucas 18:10-13 (RV) y 14 (TLA).
 
La iglesia es un cuerpo mixto. Incluye a creyentes verdaderos; es decir, personas nacidas de nuevo, aceptadas, perdonadas y salvadas por Dios pero también a quienes hacen profesión de una fe que no es auténtica. Trigo y cizaña crecen juntos. Hijos de la luz e hijos de las tinieblas conviven en la misma iglesia, al igual que el fariseo y el publicano. Oran al mismo Dios, leen la misma biblia y cantan las mismas canciones pero hay una eternidad que los separa. Unos son perdonados y aceptados, mientras que los otros son rechazados y condenados. El fariseo parecía ser un devoto creyente en Dios. Se congregaba y ‘oraba’ pero su oración nunca fue oída y Dios nunca lo perdonó. Por eso el tema central de la parábola es la actitud correcta al orar. La humildad es fundamental para que nuestras oraciones sean escuchadas. La puerta del cielo tiene el dintel tan bajo que solo se puede entrar de rodillas.
 
Ahora bien, el fariseo no era humilde sino orgulloso, engreído y vanidoso. Despreciaba a los demás considerándose mejor que ellos. Iba al templo solo para recordarle a Dios lo bueno que era: “… Te agradezco Dios, que no soy un pecadorno peco… Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”, Lucas 18:11-12 (NTV). Su oración no es la expresión de un alma oprimida por el pecado. No contiene arrepentimiento ni confesión. No reconoce ninguna culpa, por lo tanto no cree necesaria ninguna compasión divina. Presenta sus ‘buenas obras’ y cree que eso le da el derecho a recibir bendición. Es tan petulante que le exhibe a Dios todas sus credenciales. Se parece mucho al rabino que un día le dijo a Dios: “Si en este mundo solo existen dos justos, somos mi hijo y yo; y si solo existe uno, ¡ese soy yo!”. Muchas personas se parecen al fariseo. Seguramente has escuchado decir: “no me arrepiento de nada”. Es lo mismo que decir: “no soy pecador… no peco”. Y, ¿qué les sucede a las personas así? Son condenadas al igual que el fariseo. Entonces, ¿cuál era el pecado del fariseo? El orgullo espiritual. En su oración se refiere a sí mismo en cinco ocasiones. Se creía superior porque ayunaba dos veces a la semana cuando la ley exigía solo uno al año, en el día de la expiación. Además confiaba en sus propias buenas obras para ser aceptado por Dios. El creía que su justicia le daba acceso al cielo. ¡Qué diferente era la actitud del publicano! Ni siquiera se atrevía a levantar la vista al cielo sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Señor sé propio a mí, pecador”, Lucas 18:13. Está tan arrepentido por haberle fallado a Dios que se cree no solo un pecador sino el pecador. Por lo tanto, su confianza para recibir aceptación y perdón radicaba en la gracia y misericordia divina y no en sus propias obras. Y por eso fue justificado.
 
La oración del fariseo nunca llegó al cielo y él nunca fue perdonado. Eso significa que Dios no escucha ni contesta las oraciones de los orgullosos: “… El SEÑOR… se ocupa de los humildes, pero se mantiene distante de los orgullosos”, Salmo 138:6 (NTV). “Yo vivo… con los de espíritu arrepentido y humilde”, Isaías 57:15 (NTV). “… Dios rechaza a los orgullosos, pero ayuda con su generoso amor a los humildes”, Santiago 4:6 (PDT).Dios se opone a los orgullosos y derrama extraordinariamente bendiciones sobre los humildes, 1ª Pedro 5:5 (NT-BAD). Según la Biblia: “el orgullo termina en humillación, mientras que la humildad trae honra”, Proverbios 29:23 (NTV); Proverbios 16:18. “Cualquiera que se crea más que los demás será humillado, y el que se humille será hecho importante”, Mateo 23:12 (PDT); Lucas 14:11. “.. El que esté libre de altivez como… niño, tendrá estatura en el reino de los cielos”, Mateo 18:4 (NT-BAD). “Mientras más humildes sirvamos a los demás, más grandes seremos. Para ser grande, sirve”, Mateo 23:11 (NT-BAD). “¡Dichosos los que reconocen humildemente sus necesidades espirituales, porque de ellos es el reino de los cielos!”, Mateo 5:3 (NT-BAD). 
 
Le damos muy poca importancia a los pecados del espíritu; sin embargo, tienen el poder de arruinar nuestra felicidad eterna. El fariseo se quedó sin el perdón y sin la aceptación de Dios por ser orgulloso. Desgraciadamente el orgullo espiritual es muy frecuente entre los creyentes. El diablo nos espolea a compararnos con otros y luego nos hace verlos inferiores a nosotros. Y qué decir si esa persona tiene algún grado de preparación académica o capacitación teológica. Ningún cargo o grado universitario nos confiere superioridad sobre los demás. ¿Cuál es el pecado que siempre está presente en toda disputa eclesiástica? El orgullo. Dondequiera que una iglesia se divida siempre encontrarás que una de las razones fue el orgullo espiritual. El líder que divide empieza a sentirse especial, su carisma lo envanece y termina creyendo que es el único que tiene la verdad y que está en el camino correcto. Va derecho a la destrucción y lo peor de todo es que lleva consigo a la mayor cantidad posible de personas. ¡El orgullo es fatal!  
 
Analicemos ahora la vida del publicano. A diferencia del fariseo no se cree mejor que los demás y se presenta delante de Dios solo con arrepentimiento. No pretende ser aceptado por sus buenas obras. Solo ruega por misericordia: “El cobrador de impuestos… oró y ni siquiera levantó la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho para mostrar que estaba arrepentido, y dijo: '¡Oh Dios, ten compasión de mí porque soy un pecador!'”, Lucas 18:13 (PDT). Para el publicano la única esperanza y fundamento para su salvación estaba en Dios. No podemos confiar en nuestras buenas acciones porque ellas no pueden justificarnos delante de Dios. Eso sí, una vez perdonados y aceptados por la fe en Jesucristo debemos realizar buenas obras como una señal de que realmente somos sus hijos. La pregunta incómoda que necesitamos hacer es la siguiente: ¿te crees alguien? ¿Crees que tu preparación académica o teológica te da algún derecho delante de Dios o delante de los demás? ¿Crees que tu encumbrada posición social te hace mejor o que el cargo que ostentas en la iglesia te da algún privilegio especial? Cuidado con creernos mejores de lo que en realidad somos. Cuidado con halagarnos con la idea de que no somos tan malos y que hay algo en nosotros que nos hace ser dignos de las bendiciones de Dios. Aunque “muchos hombres proclaman… su propia bondad” (Proverbios 20:6) “todos cometemos muchos errores”, Santiago 3:2 (NTV). Y cuidado con la religión. Porque el fariseo era extremadamente religioso, salió del templo autojustificado, sintiéndose bien mientras era rechazado por Dios. Quiera Dios que nuestra iglesia no sea un lugar donde las personas puedan sentirse cómodas en sus pecados mientras se pierden el mensaje principal de Jesucristo. No está bien que una iglesia sea un lugar donde se acaricie a la gente mientras vuelven a casa contentas pero lejos de Dios y condenadas a las llamas del infierno. La iglesia no existe para que las personas se sientan bien, sino para que conozcan a Jesucristo y sean salvadas del poder del pecado y de la condenación eterna.  
 
Una breve reflexión final. En su visita a la casa del Señor el fariseo no recibió ninguna bendición. No obtuvo ningún provecho. Y nosotros, ¿recibimos algún beneficio espiritual por ir a la iglesia? ¿Somos desafiados a crecer? ¿Salimos más fuertes y resueltos a ser fieles? ¡Sería una verdadera tragedia si oráramos, ayunáramos o diezmáramos y nuestro servicio no fuera recibido por el Señor! La actitud con la que nos dirigimos a Dios tiene mucho que ver con la forma en que somos recibidos. El humilde publicano recibió mucho de su visita al templo. ¿Por qué? Porque era humilde. En el reino de Dios la manera de subir es hacia abajo. Si quieres crecer en tu relación con Dios necesitas volverte más humilde. No se trata de aceptar la teología de gusano sino de comprender quiénes somos en la presencia de Dios. Cuanto más lo conocemos más indignos y pequeños nos veremos. Pablo es un claro de ejemplo de humildad. Al principio de su ministerio dijo que era apóstol, despues que era el más pequeño de todos los apóstoles” (1ª Corintios 15:9); luego dijo que era menos que el más pequeño de todos los santos” (Efesios 3:8) y finalmente dijo que era el primero de los pecadores, 1ª Timoteo 1:15. ¿Sabes que significa todo esto? Que Pablo había crecido en su relación con Dios. Cuanto más crecida espiritualmente sea una persona más humilde será. El orgullo te habla de cuán poco conoce, ¡si es que lo conoce! Recordemos las palabras de San Agustín: “si usted me preguntara que es la primera cosa en la religión, yo contestaría que la primera, la segunda y la tercera cosa más importante es la humildad”.