Parábola del buen samaritano 17/1/2021 #1127
Episode 130, Jan 25, 2021, 01:30 PM
Pastor José Luis Cinalli
17/1/2021
Parábola del buen samaritano
“… Un hombre… cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron… dejándole medio muerto… Descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita… viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano… viéndole, fue movido a misericordia… vendó sus heridas… y… cuidó de él… ¿Quién… de estos tres… fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: “El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo’”, Lucas 10:30-37.
El buen samaritano es una de las parábolas más conocidas de Jesús. Trata acerca del amor al prójimo. Hoy en día no tenemos dificultad en entender quién es nuestro prójimo, pero en los tiempos de Jesús había mucha confusión. Por ejemplo, los fariseos e intérpretes de la ley excluían de la categoría de prójimo a los enemigos y extranjeros. Fueron ellos los que adicionaron al mandamiento bíblico de amar al prójimo (Levítico 19:18) la expresión “pero aborrecerás a tus enemigos”. Cuando Jesús predicó el famoso mensaje de la montaña recordó esa ley: “Han oído la ley que dice: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”, Mateo 5:43 (NTV). El Señor rectificó el error diciendo que se debía amar a todas las personas por igual. Pasar del prójimo miembro de la familia o del mismo grupo social a un prójimo que puede ser cualquier persona constituía una nueva riqueza moral, un nuevo mandamiento: “… Les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros…”, Juan 13:34 (NTV). Para nuestro Señor el prójimo es cualquier persona que tenga una necesidad, pero también lo es aquella persona que ayuda a otras en sus penurias. Dios fue nuestro ‘prójimo’ cuando nos encontró tirados y malheridos a la vera de la ruta de la vida y nos ayudó: “Nadie puso el más mínimo interés en ti; nadie tuvo compasión… ni te cuidó… Sin embargo, llegué yo y te vi… Mientras estabas allí tirada… te ayudé… y pasaste a ser mía”, Ezequiel 16:5-8 (NTV). Jesús fue nuestro ‘buen samaritano’ y espera que nosotros lo seamos para aquellos que están en dificultades.
Ahora bien, la principal necesidad que Dios suplió en nosotros fue la espiritual: nos regaló la salvación. Es cierto que Dios se compadece de nuestras necesidades físicas y temporales, pero lo hace sin perder de vista nuestra primera y más grande necesidad que es la vida eterna: “Y viendo las multitudes, tuvo misericordia de ellas… porque vio que era gente confundida… ¡Parecían un rebaño de ovejas sin pastor! Jesús… dijo… “Son muchos los que necesitan entrar al reino de Dios, pero son muy pocos los discípulos para anunciarles las buenas noticias… pídanle a Dios que envíe más discípulos, para que compartan las buenas noticias con toda esa gente”, Mateo 9:36-38 (RV 1862 y TLA). Los regalos que satisfacen necesidades temporales no tienen el poder para salvar a nadie del infierno: “¿De qué les sirve ganarse el mundo entero y perder la vida eterna?”, Mateo 16:26 (NT-BAD). Alimentar espiritualmente a las personas era la prioridad en el ministerio de Jesús. Cuando dio de comer a la multitud hambrienta lo hizo después de haber estado tres días alimentándolos espiritualmente, Mateo 15:32. Es cierto que cualquier necesidad en las personas despertaba compasión en Él, pero nunca perdió de vista su misión: “Dios… envió a su Hijo… al mundo… para que lo salve”, Juan 3:17 (NT-BAD). Entonces, si Dios ‘nuestro prójimo’ se acercó para ayudarnos principalmente en nuestra necesidad espiritual nosotros, ‘el prójimo de los demás’, debemos hacer lo mismo. Nuestra ayuda debe incluir el mensaje de salvación. Jesús dijo: “¿Habrá algo que valga más que el alma?”, Marcos 8:37 (NT-BAD). Sin Dios las personas se pierden en el infierno aunque sus necesidades físicas y temporales sean satisfechas. Saciar el hambre del necesitado está bien, pero mejor sería si pudiéramos saciar además el hambre espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el Pan de vida… El que coma de este Pan vivirá para siempre, y este Pan es mi cuerpo que ha sido entregado para redimir a la humanidad”, Juan 6:51 (NT-BAD).
Veamos ahora algunas lecciones espirituales más que se desprenden de esta parábola:
1) El amor a Dios debe ser la verdadera motivación de nuestro servicio. El amor no tiene nada que ver con la religión. Todos los personajes de la historia contada por Jesús eran religiosos pero ninguno amó de verdad, excepto el samaritano. Es muy común que aquellos que se dedican a las actividades religiosas se olviden de amar a las personas que las rodean. Un simple gesto de amor podría cambiar la vida de una persona para siempre.
2) El amor se demuestra por el sacrificio. No podemos amar sin que nos cueste. El samaritano le dio sus ojos al hombre herido cuando se interesó por él; le dio su corazón cuando sintió compasión, le dio su burro cuando lo llevó al ‘hospital’, le dio su tiempo cuando modificó su itinerario de viaje, le dio sus manos cuando vendó sus heridas y le dio su dinero cuando pagó la cuenta por los días que necesitó para su recuperación. Si de verdad hemos de ser el ‘prójimo’ de este mundo perdido deberemos hacer sacrificios. Es cierto que muchos creyentes son indiferentes a la necesidad de la gente, pero también es cierto que son muchos los creyentes comprometidos con el mandato de ser un buen samaritano. Son reconfortantes los reportes del trabajo que la iglesia está haciendo no solo en la ciudad sino también en otras partes. Personas aisladas o familias enteras que se han transformado en el ‘prójimo’ de muchos niños, ancianos y pobres que trabajan humildemente desde el anonimato. Esta misma semana recibimos fotos del trabajo social y espiritual que un matrimonio de la iglesia está haciendo en una zona carenciada de la ciudad. Se convirtieron en el ‘prójimo’ de 26 familias a quienes no solo les llevaron comida sino también una Biblia de regalo para alimentar sus almas. Eso es amor en acción. Ellos son los buenos samaritanos.
3) Dios ama a todo el mundo y quiere que todo el mundo sea salvo. Cuando Jesús le dijo al intérprete de la ley: “Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37) también nos lo dijo a nosotros. Dios espera que seamos el ‘prójimo’ de este mundo perdido. Ahora bien, ¿comprometemos nuestra salvación si nos negamos a obedecer a Dios? No podemos ser dogmáticos en este punto pero las evidencias bíblicas que se desprenden del mismo texto bíblico nos plantean dudas. Acerquémonos al pasaje un poco más. La historia del buen samaritano es el resultado de la pregunta que un fariseo le hace a Jesús: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, Lucas 10:25 (NTV). Es una pregunta legítima y nadie debería darse por vencido hasta no tener una respuesta clara, ya que lo que está en juego es el destino final: cielo o infierno. Jesús contesta la pregunta haciendo otra: “¿Qué dice la ley de Moisés?”, Lucas 10:26 (NTV). Entonces el hombre cita el A.T.: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”, Lucas 10:27. “¡Muy bien! —le dijo Jesús—. ¡Haz eso y vivirás eternamente!”, Lucas 10:28 (NT-BAD). Jesús fue muy claro. Le dijo al fariseo que si amaba a Dios y amaba al prójimo sería salvo. Amar a Dios significa creer en Él, pero también obedecerlo: “Todos los que me aman harán lo que yo diga… El que no me ama no me obedece…”, Juan 14:23-24 (NTV). Y ya hemos visto que amar al prójimo significa comprometernos con sus necesidades. Ahora bien, ¿qué sucede si no cumplimos con los dos requisitos establecidos por el Señor? ¿Qué pasaría con nosotros si obedecemos solo una parte del mandamiento? Esto es perfectamente posible. Existen muchas personas humanitarias en el mundo que no aman a Dios. Realizan acciones filantrópicas invirtiendo millones para atender tal o cuál necesidad, pero lejos de Dios. ¿Salvarán sus alamas del infierno? Claro que no. ¡Las personas no se salvan por ser humanitarias, se salvan cuando son gobernadas por Dios! Pero también podría darse el caso de personas que ‘aman a Dios’ sin ser humanitarias. El sacerdote y el levita de la parábola son un claro ejemplo. Ambos se creían ‘creyentes’ pero no amaban al prójimo. ¿Se salvarán estas personas? Jesús nos da la respuesta: “… Solo entrarán aquellos que verdaderamente hacen la voluntad de mi Padre…”, Mateo 7:21 (NTV). Según Jesús los únicos que entrarán en el cielo son los que hacen la voluntad de Dios y su voluntad es que amemos a Dios y amemos al prójimo, como el samaritano amó al hombre abandonado en el camino. En definitiva: cumplimos con los dos requisitos del mandamiento (amar a Dios y amar al prójimo) o tendremos problemas eternos.
El mensaje de la parábola es demasiado profundo como para no reflexionar. Negarnos a ser el ‘prójimo’ de las personas que nos rodean escondiendo el tesoro más importante que tenemos, que es la salvación en Cristo, pone en dudas nuestra felicidad futura. ¿Qué haremos? ¿Seguiremos llamándonos cristianos, ‘viendo’ pero no viendo la necesidad que tienen las personas de Dios como lo hacían el sacerdote y el levita o nos convertiremos el buen samaritano que Dios espera de nosotros? La decisión tiene implicancias eternas, ¡no podemos tomarla a la ligera!