Parábola de los deudores y la mujer pecadora 24/1/2021 #1128
Episode 131, Jan 25, 2021, 01:31 PM
Pastor José Luis Cinalli
24/1/2021
Parábola de los deudores y la mujer pecadora
“Un acreedor tenía dos deudores… uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y… perdonó a ambos… ¿Cuál de ellos le amará más?... Aquel a quien perdonó más… Rectamente has juzgado. Y… dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas… No me diste beso; mas ésta… no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza… mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; más aquel a quien se le perdona poco, poco ama”, Lucas 7:41-47.
Las intenciones de Simón al invitar a Jesús a cenar a su casa no eran buenas. No pretendía aprender de Él sino detectar algún error en su doctrina para luego desacreditarlo públicamente. Y no pudo disimular su propósito. Evadió todas las reglas de la hospitalidad. No le dio la bienvenida, no lavó sus pies y no ungió su cabeza con aceite. En definitiva, trató a su invitado de la manera más fría y grosera posible. Ahora bien, si Jesús sabía de las intenciones de Simón, ¿por qué accede a cenar con él? Porque Jesús va a donde lo invitan. Si lo invitáramos Jesús también iría a nuestros hogares. Pero la decisión de quedarse depende de nosotros. Jesús aceptó la invitación de Simón pero fue tan maltratado que nunca más regresó a su casa. Jesús va a donde lo invitan, pero se queda donde lo honran. No interesa si es una persona, un hogar, una iglesia o una nación, si no lo respetan se marcha. Seguramente has visto hogares en los que un día reinaban la paz, la armonía y la unidad y ahora no existe ni sombra de todo eso. Seguramente has entrado en catedrales o templos en los que un día experimentaron la gloria de Dios pero hoy son solo lugares para fotografiar. Dios estuvo allí, pero ya no está. Y no está porque lo echaron. Dios permanecerá solo donde sea respetado. Dios se lo dijo claramente a Salomón: “… Si obedeces… mis mandamientos… viviré entre mi pueblo… y nunca los abandonaré”, 1ª Reyes 6:12-13 (TLA). Tan solo imagina lo que sucedería si decidiéramos devolverle a Dios un ambiente de honra deshaciéndonos de nuestro pecado. No esperes que Dios ponga orden en tu vida, familia o ministerio. ¡Tú tienes que hacerlo! La irreverencia no se aleja voluntariamente, hay que confrontarla. Ocúpate en crearle a Dios un ambiente de respeto y Su presencia nunca te faltará.
Acerquémonos a la fiesta del fariseo. Todo está tranquilo, la comida no falta, los invitados miran de reojo a los discípulos y Simón escucha con atención cada palabra que sale de la boca de Jesús. De repente una mujer de la calle aparece en escena. Fuerza la puerta y se arrodilla al pie del diván donde Jesús estaba reclinado. ¿Para qué? Para agradecerle el perdón de sus pecados. No lo dice expresamente pero no hace falta. Sus lágrimas hablan por sí solas. Riega los pies del maestro con agua del corazón y los limpia con sus cabellos. No para de besarlo y lo unge con su mejor perfume. Expresa su amor mediante un desbordante acto de adoración. Gratitud. Amor. Devoción. Adoración. Todo en un solo acto. Ahora bien, el perfume no era barato. Quizás haya sido su mayor capital. Pero no duda en derramarlo a los pies del Señor y lo derrama totalmente. Es lo menos que puede hacer por aquel que había perdonado todos sus pecados. La manera más segura de saber cuánto vale algo para nosotros es la medida de lo que estamos dispuestos a entregar por ello. Por eso, lo que le damos a Jesús habla por sí solo cuánto vale Él para nosotros. Considerando el tiempo, los dones, el servicio y los recursos económicos que Jesús recibe de nosotros, ¿podemos decir que lo amamos sin sentirnos en falta?
Volvamos a la cena. Los invitados miran a la mujer y Simón cuestiona a Jesús. No puede entender cómo alguien que dice ser el Mesías permita que una mujer de baja catadura moral lo toque. Sabiendo de sus pensamientos Jesús narra una parábola en la que dos deudores le debían a una misma persona. Ambos son perdonados aunque uno le debía mucho más que el otro. Queda expresamente demostrado que Simón representa al deudor que debe poco, mientras que la mujer representa al deudor que debe mucho. No es que Simón sea menos pecador que la mujer sino que no tiene conciencia de su pecado. Se cree recto porque no peca groseramente como la mujer. El fariseo representa al pecador secreto, el que esconde hipócritamente el pecado bajo la cortina de buenas obras y se muestra justo, religioso, espiritual y moralmente correcto. No se da cuenta de su pecado. No nos olvidemos que Simón pertenecía a la casta religiosa de los fariseos quienes habían rechazado el bautismo de Juan porque era “para perdón de los pecados” (Lucas 7:29-30) que, según ellos, no tenían. Eran especialistas en detectar ‘pecadores’. Cuidado con ese tipo de trabajo porque no agrada a Dios. Detectar pecados en los demás sin reconocer los propios es de fariseos. Y Jesús dijo claramente que debíamos cuidarnos de ellos. Tomemos una pausa y aclaremos algunas ideas:
1) No ser consciente de nuestro pecado es el peor pecado. Simón era tan pecador como la mujer, la diferencia es que no lo reconoce. La mujer es consciente de su pecado y sabe que necesita perdón. Simón no. Generalmente las personas creen que la conciencia de pecado mengua a medida que se crece espiritualmente. Pero es al revés. Cuánto más madura es una persona espiritualmente más pequeña se ve delante de Dios. Pablo es nuestro mejor ejemplo. A medida que se hacía ‘más grande’ se sentía ‘más pequeño’. Al principio de su ministerio dijo que era apóstol, después que era “el más pequeño de todos los apóstoles” (1ª Corintios 15:9); luego dijo que era “menos que el más pequeño de todos los santos” (Efesios 3:8) y finalmente dijo que era “el primero de los pecadores”, 1ª Timoteo 1:15. La humildad es señal de madurez espiritual.
2) El amor a Dios se demuestra por la entrega. El amor que la mujer demostró por Jesús fue el resultado del perdón, no su causa: “… Sus pecados… han sido perdonados, por eso ella me demostró tanto amor”, Lucas 7:47. Ama porque está agradecida y lo demuestra sirviendo a Jesús. La fe produce amor y el amor produce servicio. El problema de un creyente que no sirve no es la falta de motivación o consagración, sino la falta de amor. Si realmente amáramos a Dios y estuviéramos conscientes de cuánto nos perdonó seríamos más agradecidos y no podríamos quedarnos sentados sin servirlo. No es lo que decimos sino lo que hacemos por Jesús lo que determina cuánto vale Él para nosotros.
3) Jesús no desprecia ningún acto de adoración. Jesús no le exigió a la mujer que le diera su perfume, pero tampoco se lo prohibió. El Señor espera que seamos agradecidos y demostremos nuestro amor por Él sirviéndolo. Advierte una cosa. Jesús tomó nota de todo lo que Simón no hizo por Él: “No me diste agua para mis pies… No me diste beso… No ungiste mi cabeza con aceite…”, Lucas 7:44-46. Pero al mismo tiempo apuntó todo lo que la mujer sí hizo por Él: “Ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos… desde que entré, no ha cesado de besar… y ha ungido con perfume mis pies”, Lucas 7:44-46. Dios espera nuestras lágrimas de arrepentimiento, besos de gratitud y un servicio apasionado basado en el amor y, cuando no lo recibe, lo extraña. Si tuviéramos conciencia de lo mucho que nos perdonó estaríamos tirados a sus pies, como la mujer, expresándole nuestra mejor adoración y rindiéndole nuestro mejor servicio. Recordar de dónde nos sacó el Señor podría ayudarnos a ser más agradecidos: “Vivíamos en pecado obedeciendo al diablo… pero Dios… rico en misericordia nos amó… y nos dio vida… y nos sentó con Cristo en los lugares celestiales…”, Efesios 2:1-6 (NTV).
Una reflexión final. Advierte la diferencia. Debajo del mismo techo, en la misma fiesta y frente al mismo invitado Simón no siente nada especial, está enojado, mal humorado y con ganas de que la fiesta termine lo más rápido posible. En cambio, la mujer vive el día más feliz de su vida. Está en paz, se siente realizada y desborda de gozo. ¿Cuál es la diferencia? Jesús. Los dos lo conocían. Ya habían tenido algún tipo de relación y experiencia con Él antes. De no ser así Simón no lo hubiera invitado a su casa y la mujer no hubiera llegado para agradecer el perdón que ya había recibido. Entonces los dos escucharon las enseñanzas de Jesús, pero solo la mujer fue receptiva a ellas. Las palabras de Jesús encontraron un lugar en el corazón de ella pero no en el de Simón. Para él las palabras de Jesús no significaban nada; tampoco sus milagros. El mensaje de Jesús no había penetrado su corazón. Invita a Jesús a su casa, pero no a su corazón. Y ese es el peligro que corremos todos: mirar a Jesús de reojo; tenerlo cerca para ‘usarlo’ cuando tengamos una necesidad pero sin permitir que asuma el gobierno de nuestra vida y se involucre en los asuntos personales. Por eso la parábola nos lleva a la decisión más importante de la vida: ¿qué haremos con Jesús? Nosotros ya tomamos nuestra decisión: vivir para Dios y hacer que otros también lo hagan. ¿Y tú? ¿Qué decisión tomarás? ¿Te rendirás a Dios o seguirás mirándolo de lejos? La respuesta es crucial porque involucra no solo tu felicidad en esta vida sino también en la venidera.