Parábola de los obreros de la viña 31/1/2021 #1129

Episode 132,   Feb 01, 2021, 12:05 PM

Pastor José Luis Cinalli
31/1/2021
Parábola de los obreros de la viña
 
“El dueño… salió bien temprano a contratar trabajadores… Se puso de acuerdo… en el pago… y los envió a trabajar… A las nueve de la mañana… al mediodía y… a las tres de la tarde… contrató a más trabajadores. Cuando eran las cinco… encontró a otros desocupados… y les dijo: “… Deberían trabajar en mi viñedo”… A la noche el dueño… dijo al encargado: “Llama a los trabajadores y págales… vinieron los de… las cinco de la tarde y cada uno recibió el pago de un día… Los primeros… contratados… recibieron el mismo pago… y empezaron a quejarse…: “Los últimos… solo trabajaron una hora y usted les pagó lo mismo que a nosotros…”. El dueño le contestó…: “… ¿no nos pusimos de acuerdo en que yo te daría el pago por un día de trabajo?... ¿No tengo derecho de hacer lo que quiera con mi dinero?... Así es… los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”, Mateo 20:1-16 (PDT).
 
Cuando era niño mi papá solía contarme anécdotas de su vida. Debido a la estrechez económica tuvo que salir a trabajar desde muy joven. Todas las mañanas se presentaba a las puertas de una gran fábrica de papel esperando ser contratado. En aquel entonces era muy común la contratación de mano de obra eventual. La mayoría de los trabajos se hacían a mano y requerían la fuerza física de los obreros. No había grúas para bajar la madera que llegaba en los barcos. Mi padre tenía apenas 15 años, indudablemente no tenía la fuerza física requerida para ese tipo de trabajo y junto a él había un anciano llamado Antonio que también esperaba la oportunidad de ser contratado. Llegar temprano no significa mucho. Lo que se buscaba era gente con fuerza. Por supuesto, Antonio no reunía esa condición y mi papá tampoco. Así que a menos que se presentara un trabajo especial solían pasarlos por alto. Imagina la escena. De madrugada soportando el frío polar del invierno. Manos y orejas congeladas en el lugar donde se encontraban los ‘changarines’ esperando la oportunidad. Al rato aparecía el capataz con su lista de tareas en la mano diciendo: “Hoy necesito 6 ayudantes para limpiar los troncos”. Y entonces procedía con la dedocracia: “tú, tú y tú”. Qué honor era ser elegido, pero qué vergüenza producía el ser descartado. Los escogidos pasaban adentro y los demás volvían a sus casas con la cabeza baja, salvo mi papá que se quedaba maravillado escuchando las viejas historias que Antonio siempre extraía de su cofre de recuerdos. Hacían una buena pareja. En muchos sentidos eran polos opuestos: uno en la adolescencia con toda una vida por delante y, el otro, en la vejez viviendo de glorias pasadas. Había una sola cosa que los igualaba: el rechazo. ¡Ambos eran compañeros en el fracaso!
 
Todos, en más o en menos, conocemos ese sentimiento llamado rechazo. El muchacho que después de varias entrevistas de trabajo es descartado por otro; la esposa que después de 10 años de casada es cambiada por un modelo más nuevo; el hijo que recuerda el abandono de su madre; la jovencita que no reúne las condiciones físicas para la actuación en la escuela o el hombre que, después de 25 años en la empresa, es reemplazado por otro trabajador, sin siquiera decirle gracias. Todos ellos han sido descartados. Vivimos en una sociedad en la que se enseña la filosofía del descarte. Si no reunís ciertas cualidades físicas seguramente no encajarás en muchos lugares. Si no cuentas con un título seguramente no ingresarás. Y si nos eres el ‘hijo de’ tienes muy pocas posibilidades. ¡Descartado! ¡Descartado! ¡Descartado! Vivimos en un mundo donde primero nos desplaza y luego nos cataloga como fracasados. Y el fracasado busca culpables. Señala con el dedo y pasa cuentas. Una persona puede quedarse sin dinero, sin empleo y sin amigos, pero nunca se quedará sin gente a quién echarle la culpa de sus fracasos. “Si mis padres hubieran tomado en serio su responsabilidad”; “si mi esposo no fuera tan egoísta”; “si mis hijos me respetaran”. Incluso no son pocos los que eligen echarle la culpa de todos sus fracasos a la iglesia. Muy pronto tú tienes la razón y el resto de la gente está equivocada; tú eres la víctima y el mundo es tu peor enemigo.
 
Si todo esto te describe; si realmente te has sentido o te sientes frustrado, fracasado o descartado debes consolarte con el hecho de que Dios tiene una pasión especial por los olvidados. Acaso, ¿no recuerdas que las manos de Jesús tocaron el cuerpo del leproso, el rostro de la prostituta o las manos del publicano? Todas estas personas habían sido marginadas por la sociedad. Y Jesús estuvo con ellas. Lo que este mundo descarta, Dios lo toma. Lo que el mundo desecha, Dios lo recoge. “Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es”, 1ª Corintios 1:27-28. Por esta razón Jesús contó la parábola de los obreros de la viña. El dueño de un viñedo contrató trabajadores para levantar la cosecha. Acordó con ellos el pago de un denario por cada día de trabajo y los envió a trabajar. Después de un rato se da cuenta de que los trabajadores contratados eran insuficientes, entonces vuelve a la plaza y contrata a otros. Y así lo hizo a lo largo de todo el día. Contrató obreros a las 6 de mañana, a las 9, 12, 3 y finalmente a las 5 de la tarde. Surge una pregunta: ¿qué hace un obrero esperando a las cinco de la tarde? Los mejores fueron contratados y los mediocres se fueron al mediodía. ¿Qué clase de obrero esperaría ser contratado a las cinco de la tarde? Los que no tienen ninguna preparación. Los que nadie quiere. ¡Los inservibles! Trabajadores que dependen por completo de la misericordia de un patrón que les dé una oportunidad que no merecen. ¿No es esa la historia de nuestra vida? ¿No somos acaso los obreros de las 5 de la tarde? Hemos sido contratados por Dios para trabajar en su obra sin merecerlo. A menos que nos volvamos engreídos reconoceremos que no teníamos nada bueno que a Dios le interesara. Muy por el contrario, se encontró con lo necio, lo vil y lo menospreciado de esta vida. Se encontró con personas arruinadas por el pecado. Y entonces, ¿por qué nos escogió? Porque quiso. Nos escogió por compasión. Cuando el mundo nos había descartado Dios nos contrató para servirlo y encima nos paga como si fuéramos obreros calificados. ¿Qué persona contrataría obreros a las cinco de la tarde y le pagaría un jornal completo? Nuestro Señor lo hizo. Rescatados por Dios para ser sus hijos y trabajar en su obra. ¡Somos hijos, somos amados y somos bendecidos! ¿Qué bendición puede ser más grande que esa? Pudimos haber sido olvidados, ignorados y rechazados por esta sociedad pero no para Dios. Para Él somos importantes. Prueba de ello es que sigue contratando obreros a las cinco de la tarde. Restaurar personas rotas en esta vida de descarte sigue siendo la pasión de Dios.   
 
Una reflexión final. Cuando los trabajadores contratados a las 6 de la mañana vieron que a los obreros de las 5 de la tarde se les pagaba un denario imaginaron que a ellos se les pagaría mucho más. Sin embargo recibieron igual paga. Desilusionados empezaron a quejarse contra el dueño, acusándolo de ser injusto. Pero en realidad no lo era. Ellos recibieron lo que habían acordado. El verdadero problema era la envidia. Estaban molestos porque el dueño había sido bueno con aquellos que trabajaron una sola hora. Una actitud parecida tuvo el hermano mayor del hijo pródigo quien se puso furioso porque su padre festejó el regreso de su hijo descarriado con una gran fiesta. No dejemos que la mala hierba de la envidia crezca en nuestros corazones. Si Dios ha querido ser bueno con otra persona u otro ministerio, ¿por qué deberíamos enojarnos? Por otra parte existe una seria advertencia para aquellos que han trabajado ‘todo el día’ para el Señor y creen tener algún derecho especial. Seguramente has escuchado decir cosas como estas: “Sirvo a Dios desde hace muchos años ¿cómo es posible que me enferme?”; “he sido cristiano desde niño, miembro fundador de la iglesia, líder de jóvenes y pastor en los últimos 25 años y no comprendo por qué Dios no contesta mi oración”. Nuestro servicio no genera ninguna deuda en Dios. El Señor nunca estará obligado a hacer algo por nosotros porque nosotros hemos hecho algo por Él. Lo que recibimos de su mano no es recompensa sino gracia; no es salario, sino regalo. “Cuando ustedes hayan hecho todo lo que Dios les ordena, no esperen que él les dé las gracias. Más bien, piensen: “Nosotros somos sólo sirvientes; no hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación’”, Lucas 17:10 (TLA). Por otra parte, si fuera por merecimientos, deberíamos recibir el castigo eterno por nuestros pecados. Pero demos gracias a Dios por cuanto Él no nos recompensa conforme a méritos sino conforme a su gracia. Entonces sirvamos a Dios por amor y no por la recompensa. En las cosas espirituales no debemos trabajar por el jornal. ¿Qué clase de obreros somos? Los obreros de 6 de la mañana trabajaban por un sueldo, pero los que se incorporaron a las 5 de la tarde lo hicieron solo por la oportunidad de trabajar y dejaron a criterio del dueño la paga por su labor. ¿Trabajamos por la recompensa o trabajamos por el gozo de servir a nuestro Señor? El que trabaja por la recompensa la pierde y el que olvida la recompensa, la encuentra. Sirvamos desinteresadamente sabiendo que Dios es justo, pero además extravagantemente generoso y nunca dejará que nos falte alguna cosa: “Gloria sea a Dios, quien… puede bendecirnos infinitamente más allá de nuestras más sentidas oraciones, deseos, pensamientos y esperanzas”, Efesios 3:20 (NT-BAD). Seamos agradecidos y trabajemos por amor sin olvidar que fuimos contratados por Dios a las cinco de la tarde.