La vida íntima de los ungidos 13/6/2021 #1148
Episode 151, Jun 14, 2021, 10:53 AM
Pastor José Luis Cinalli
13/6/2021
La vida íntima de los ungidos
“… Los israelitas… contaminaron la tierra con homicidios e… ídolos, por eso… los esparcí… a fin de castigarlos por su mala manera de vivir. Pero esparcidos… deshonraron mi santo nombre. Pues las naciones decían: “¡Estos son el pueblo del SEÑOR, pero él no pudo protegerlos…!”. Entonces me preocupé por mi santo nombre, al cual mi pueblo trajo vergüenza…”, Ezequiel 36:17-21 (NTV).
El pueblo de Israel pecó y Dios lo castigó esparciéndolo por las naciones. Desobedecieron y perdieron la tierra prometida, pero además deshonraron a Dios. Los incrédulos se mofaban diciendo: “su ‘dios’ no puede protegerlos; ¡los abandonó!”. “Entonces me dolió ver que, por culpa de Israel, mi santo nombre era profanado…”, Ezequiel 36:21 (DHH). Cuando desobedecemos el nombre del Señor es denigrado, difamado y desacreditado entres sus enemigos. Al pecar hacemos que los incrédulos se burlen de Dios. En cambio, nuestra obediencia lo glorifica, ¡al igual que el testimonio que damos cuanto recibimos una bendición! “Voy a hacer que cambie tu suerte, para… que se dé honor a mi santo nombre”, Ezequiel 39:25 (DHH). ¡Cuántas personas han sido enormemente bendecidas por Dios! No son pocos los que han estado cara a cara con la muerte; sin embargo, fueron sanados debido a las oraciones de sus hermanos en la fe. Pero, ¿cuántos de ellos han mirado al cielo para dar gracias? ¿Cuántos han testificado públicamente de la grandeza de Dios? Honrarían a Dios si publicaran abiertamente las maravillas recibidas. Qué ingratos. Sería esperable que si Dios les devolvió la vida, ahora ellos vivan para adorarlo y servirlo: “Te levanté… para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra”, Romanos 9:17 (NVI). ¡La persona que ha recibido una gracia divina, y no da testimonio, le roba a Dios la posibilidad de ser conocido entre las naciones! Dios nos bendice para que “… vean su gran poder y lo alaben”, Salmo 106:8 (TLA).
¡La gente quiere al Dios de una persona bendecida! ¿Te acuerdas de Obed-edom? Debido a su obediencia fue prosperado por Dios, 2º Samuel 6:11. Su obediencia atrajo la bendición, pero también le dio gloria a Dios. Todo el mundo quería al Dios de Obed-edom, hasta el mismo rey, 2º Samuel 6:12. ¿Lo ves? La bendición que llega como consecuencia de la obediencia hace que el nombre de Dios sea honrado entre los que no creen. Podemos testificar de Dios con nuestra boca, pero mucho más con nuestras bendiciones. Glorificamos a Dios cuando reconocemos públicamente que Él es la fuente de nuestra bendición. La gente quiere el Dios de la persona bendecida. En cambio, nadie quiere el ‘dios’ de una persona maldecida. Cuando un incrédulo ve a un ‘creyente’ maldecido desacredita al ‘dios’ que tiene. Al desobedecer no solo nos perjudicamos atrayendo desgracia sino que vituperamos el nombre de Dios. Abinadab es un claro ejemplo, 1º Samuel 7:1-2. Tuvo el arca en su casa mucho más tiempo que Obed-edom, pero a causa del pecado nunca fue bendecido y Dios era despreciado por su causa. Nadie quería el ‘dios’ de Abinadab. ¡Cuánto daño le ocasionamos a Dios y a su obra cuando desobedecemos!
Estudiando la vida de los ungidos en la Biblia descubrimos que la obediencia de cada uno de ellos no estaba motivada por un beneficio personal. No eran obedientes para ser bendecidos sino para glorificar a Dios en primer lugar. No existe nada que honre más a Dios que la obediencia: “¿Qué es lo que más le agrada al SEÑOR: tus ofrendas… y sacrificios, o que obedezcas a su voz? ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio…”, 1º Samuel 15:22 (NTV). “… Cuando yo saqué de Egipto a sus antepasados… les mandé… que me obedecieran… para que siempre les fuera bien”, Jeremías 7:22-23 (TLA). Cuando obedecemos somos bendecidos, pero por sobre todas las cosas hacemos que el nombre de Dios se haga famoso entre las naciones. En cambio, si desobedecemos atraemos la maldición y arruinamos la honra de Dios. Recuerda a David. Su pecado hizo que los enemigos se burlaran de Dios: “…Hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová…”, 2º Samuel 12:14. ¡Cuando pecamos ensuciamos la reputación de Dios y también la de su obra! Y si el que peca es un líder espiritual el efecto expansivo es mayor. ¿Quién quiere el ‘dios’ de los sacerdotes pedófilos? ¿Quién desea el ‘dios’ de los pastores corruptos? “Por culpa de ustedes el nombre de Dios es denigrado entre las naciones”, Romanos 2:24 (BLPH). Los escándalos eclesiásticos mancillan el nombre de Dios y arrasan con su obra en esta tierra. Cuidado porque la paciencia de Dios tiene un límite: “… No permitiré que se manche mi reputación…”, Isaías 48:11 (NTV). “… No permitiré que nadie deshonre mi nombre”, Ezequiel 39:7 (NTV). Basta de tirar por la cloaca el nombre de Dios.
¡La obediencia protege nuestros intereses y también los de Dios! Cuando obedecemos nos protegemos, protegemos nuestros intereses y protegemos el santo nombre de Dios; pero además, incrementamos su reputación entre las naciones. ¡La obediencia al igual que la unidad es una forma de evangelizar! Pero no usamos ni la una ni la otra. Si realmente amáramos a Dios nos esforzaríamos por vivir en santidad y obediencia para que su nombre se haga famoso en las naciones. ¿Estamos dándole a los incrédulos motivos para que se burlen de nuestro Dios? Nuestro comportamiento, ¿honra al Señor? Las personas ungidas buscan siempre honrar a Dios. El salmista dijo: “No a nosotros, SEÑOR, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria… ¿Por qué han de decir las naciones: dónde está ahora su Dios?”, Salmo 115:1-2 (NBLH). Cuando el pueblo se entregó a la idolatría Dios quiso destruirlo y Moisés intercedió diciendo: “Dios mío… si lo destruyes, los otros pueblos van a pensar que no pudiste llevarlo hasta la tierra que le prometiste. También van a pensar que tú no los quieres…”, Deuteronomio 9:26-28 (TLA). Después de un tiempo el pueblo volvió a desobedecer y Moisés intercedió nuevamente por ellos: “Si matas a… este pueblo, las naciones que han oído hablar de tu fama dirán: El Señor no fue capaz de llevarlos… a la tierra que juró darles…”, Números 14:15-16 (NVI). Moisés no estaba interesado en su pescuezo o en el bienestar de su familia como sí en la reputación de Dios. Josué tenía el mismo corazón: “… ¿Qué pasará con la honra de tu gran nombre?”, Josué 7:9 (NTV). La reacción de estos ungidos del Señor no se parece en nada a la nuestra. Hermanos llevados por otros a juicio delante de los incrédulos. Policías a las puertas de los templos por divisiones intestinas; órdenes judiciales de desalojos; ambición desmedida por cargos eclesiásticos; líderes acostándose con mujeres que no son sus esposas. Gritos, insultos y peleas en los hogares. ¿Quién querrá conocer el ‘dios’ que ellos predican? Los creyentes hemos sido los primeros en mancillar el nombre de Dios. Basta ya. Dios quiere que lo respetemos y que honremos su nombre: “… El Señor… hizo escribir un libro recordatorio donde estaban los nombres de aquellos que respetan al Señor y… que siempre piensan en el honor de su nombre”, Malaquías 3:16 (PDT y NTV).
La vida íntima de los ungidos está caracterizada por dos cosas: están preocupados por la gloria de Dios y, además, se identifican con Él entristeciéndose por el pecado. David dijo: “He llorado un mar de lágrimas porque la gente no sigue tus enseñanzas”, Salmo 119:136 (PDT). Dios desea que compartamos su tristeza por el pecado. En Ezequiel 9 Dios manda a marcar a los que lloraban y se lamentaban por el pecado de Israel, para protegerlos: “Recorre la ciudad… y pon una señal en la frente de los que sientan tristeza y pesar por todas las cosas detestables que se hacen en ella”, Ezequiel 9:4 (DHH). Lo peor de todo fue que Dios no encontró un solo ministro que hubiera derramado una lágrima por el pecado y la desobediencia del pueblo, Ezequiel 9:5-6. ¿Y nosotros? ¿Cuánto hace que no lloramos por los pecados de la nación? ¿Y por los propios? Solemos llorar por lo que Dios no llora y no lloramos por lo que sí deberíamos llorar. Fui advertido por Dios en estos días. Me hizo ver cuán egoísta he sido. La pérdida de hermanos y consiervos queridos produjo mucha tristeza en mí. Ese sentimiento no es malo, siempre que no tome el lugar de Dios en nuestro corazón. Procesar el duelo por la muerte de un ser querido es sanador y forma parte de la vida. Pero cuando la tristeza se perpetúa y la ausencia de esa persona me aleja de Dios eso no está bien. Dios me hizo ver que esos hermanos han sido promovidos a un mejor lugar. Están junto a Cristo disfrutando del cielo. Entonces, ¿por qué tanto dolor? ¿Lloramos de la misma manera por aquellos que están físicamente con nosotros pero muertos o casi muertos espiritualmente? ¿Has estado llorando por los muertos espirituales que están en tu casa? ¡Cuántas personas fueron salvadas de la muerte física por la intercesión de la iglesia! Cónyuges velando, ayunando e intercediendo fuera de los hospitales que finalmente prevalecieron delante de Dios y obtuvieron la sanidad. ¿Lloran de la misma manera por sus vidas espirituales? Lograron salvar físicamente a sus seres queridos pero, ¿y qué de sus vidas espirituales? Si esas personas no hacen las paces con Dios se perderán para siempre. Y aunque sabemos esa triste realidad no prevalecemos por sus vidas espirituales como sí lo hacemos por sus vidas físicas. ¿Por qué será? No será porque si se van nos quedamos solos. Te das cuenta cuán egoísta somos. Somos capaces de cualquier sacrificio para tenerlos físicamente a nuestro lado. ¡Y no está mal! Lo que está mal es que no pongamos el mismo empeño para verlos vivos espiritualmente. Honraríamos a Dios si diéramos testimonio de sus bendiciones y clamáramos al cielo por sus vidas espirituales de la misma manera que lo hacemos por sus vidas físicas.