Tú conmigo, yo contigo y Dios con nosotros 19/12/21 #1175
Episode 186, Dec 19, 2021, 01:43 PM
Pastor José Luis Cinalli
19/12/21
Tú conmigo, yo contigo y Dios con nosotros
En tiempos bíblicos era común que los padres se encargaran del matrimonio de sus hijas. Sin embargo, tanto Abraham como Isaac se ocuparon personalmente en la elección de las esposas para sus hijos. ¿Por qué? ¡Porque el éxito o el fracaso en la vida depende, y mucho, de la elección de la pareja! Los patriarcas eran conscientes de la importancia de hacer compromisos matrimoniales con personas de su misma fe. La dimensión espiritual del matrimonio es clave para la salud y la durabilidad del vínculo. Abraham le dijo a su siervo: “Vas a jurar por... Dios... que no casarás a mi hijo Isaac con ninguna mujer de Canaán...”, Génesis 24:3 (TLA). “Isaac llamó a Jacob… y le ordenó: “No te cases con una mujer cananea”, Génesis 28:1 (PDT). Rebeca tampoco quería una esposa pagana para su hijo: “... ¡Estoy harta de estas mujeres hititas...! Preferiría morir antes que ver a Jacob casado con una de ellas”, Génesis 27:46 (NTV). ¿Lo ves? Los matrimonios mixtos no son la voluntad de Dios: “No se unan... en un mismo yugo con los que no creen... ¿Cómo puede la luz ser compañera de la oscuridad? No puede haber armonía entre... un creyente y un incrédulo”, 2ª Corintios 6:14-15 (DHH). La relación no fluye cuando se está con la persona inadecuada. Y la persona es inadecuada cuando no es creyente. Si la persona que te gusta no comparte tu fe, mejor no compartas tu vida con ella. Pero cuidado, además de compartir la fe esa persona debe distinguirse por su obediencia a Dios. Para tener un matrimonio feliz no es suficiente con que tú ames y temas a Dios. Es necesario que tu pareja también lo haga. El amor por Dios debe ser la pasión común de ambos.
Por todo lo dicho: ¡deja que Dios elija a tu pareja! “... Una buena esposa es un regalo del Señor”, Proverbios 19:14 (PDT). Es cierto que eres libre para escoger, ¿pero no crees que Dios podría ayudarte en una decisión tan importante? Silvia oró, José Luis oró y Dios los unió. Si quieres tener un matrimonio feliz deja que Dios sea parte de él. La persona que Dios tiene para ti es mil veces mejor que la que tú tienes en tus sueños. ¡Pregúntale a Dios y no te equivocarás en la elección! Inclínate y ora. Son mejores las marcas en las rodillas que las marcas en el corazón. Y además, ¡deja que Dios sea el centro de tu matrimonio! Los cónyuges no solo deben creer y ser temerosos de Dios al momento de casarse, sino que deben seguir siéndolo a lo largo de toda la vida. ¡Aquello que se inicia con Dios debe continuar con Dios y terminar para su gloria! Si la vida espiritual de quienes integran el matrimonio decae, también sufrirá la relación. Cuando más cerca de Dios estén los cónyuges más cerca estarán el uno del otro. Si los esposos no crecen juntos en su relación con Dios, se separan. Quizás no físicamente, pero sí emocional y espiritualmente. La decadencia en la relación con Dios trae aparejada la decadencia de la relación matrimonial. Por otro lado, si quieres disfrutar de un matrimonio bendecido debes estar unido a tu cónyuge. ¿Y cómo lograrlo? Manteniendo la unidad con el Señor. La unidad entre los esposos es un derivado de la comunión de cada uno de ellos con Dios. Jesús dijo: “Te pido que se mantengan unidos... para eso deberán permanecer unidos a mí...”, Juan 17:21-22 (TLA). El mejor regalo que le puedas dar a tu cónyuge es amar a Dios por encima de todo. Cuando una pareja ama primero a Dios, el amor entre ellos aumenta cada día.
Ahora bien, la vida de Jacob ilustra la corrupción absoluta de la naturaleza humana. Antes del nacimiento luchaba con su hermano en el vientre de su madre, Génesis 25:22. En el nacimiento salió “agarrado con una mano al talón de Esaú” (Génesis 25:26, NTV) y después de su nacimiento lo vemos dando honor a su hombre: “el que suplanta”. Tomó del talón a su hermano, luego le arrebató la primogenitura y la bendición de su padre. Su vida hubiera seguido la ruta del engaño a no ser por su encuentro con Dios. El Señor se le apareció por primera vez y le dijo: “Yo estoy contigo y te protegeré dondequiera que vayas… No te dejaré hasta que haya terminado de darte todo lo que te he prometido…”, Génesis 28:15 (NTV). Aunque Jacob nació y vivió en ‘cuna cristiana’ su vida cambió el día en que tuvo su propia experiencia con Dios. ¿Ves la enseñanza? La influencia de su abuelo, el padre de la fe, y la de su padre, el que acostumbraba a caminar con Dios por las tardes, no fueron suficientes para que Jacob tuviera una vida piadosa. La transformación comenzó el día en que él mismo tuvo su experiencia personal con Dios. ¡Qué gran lección! Nacer en un hogar cristiano no hace cristiana a una persona. Lo que necesitamos de manera urgente no es información acerca de Dios sino una vivencia real y personal con Él. La comunión con Dios se volvió vital para Jacob. Su pasión por Dios lo llevó a luchar por su bendición y Dios le cambió el nombre por Israel, ‘el que lucha con Dios’. Al comienzo de la vida Jacob agarró a Esaú del talón, pero después de su experiencia en Betel Jacob ‘agarró’ a Dios y nunca más lo abandonó. Terminó sus días en absoluta dependencia del Señor, al punto de no dar ni un paso en dirección a su hijo José que lo llamaba desde Egipto, hasta que no tuviera la aprobación del Señor. Qué diferencia con aquel Jacob que ‘obligó a Dios’ a seguirlo en el desierto de sus propios planes y errores. El nuevo Jacob somete sus deseos y proyectos a la aprobación de Dios antes de ejecutarlos. ¿Se te ha revelado Dios a tu vida alguna vez? ¿Has tenido un encuentro real y personal con Cristo? Procura un encuentro con Dios, ¡tu vida no será la misma a partir de ese día!
¿Qué es lo que Jacob tenía de bueno para que Dios lo eligiera? Nada. Su carácter no lo acompañaba y su nacimiento no le daba derecho alguno. No había algo en él que mereciera la atención de Dios. Jacob fue escogido de pura gracia. Observa la revelación maravillosa de Dios: “Yo soy el Señor… (Yo) te doy la tierra… (Yo) estoy contigo y (Yo) te protegeré… (Yo) te traeré de regreso a esta tierra. (Yo) no te dejaré hasta que (Yo) haya terminado de darte todo lo que (Yo) te he prometido…”, Génesis 28:13-15 (NTV). Todas estas grandiosas y maravillosas promesas le fueron dadas a Jacob cuando huía de la furia de su hermano y dormía sobre una piedra en las congeladas noches del desierto. Todo lo que al final Jacob logró en la vida le fue dado por Dios. Y así sucede con nosotros: “Todo lo bueno que hemos recibido… viene de Dios”, Santiago 1:17 (PDT). Cuidado con atribuirnos el crédito de lo que tenemos. No hay nada ni nadie en este mundo en quien podamos apoyarnos fuera de Dios. Su gracia es nuestra única esperanza.
Consideremos ahora la reacción de Jacob ante la revelación divina. La Biblia dice: “Tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán espantoso es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”, Génesis 28:17 (OSO). Jacob tiene miedo a Dios y dice que su casa es un lugar terrible. ¿Cómo puede decir eso? Jacob se siente incómodo en la presencia de Dios porque no lo conoce. Su corazón no estaba quebrantado, por lo tanto no había lugar para el amor de Dios porque “no hay por qué temer a quien tan perfectamente nos ama. Su perfecto amor elimina cualquier temor…”, 1ª Juan 4:18 (NT-BAD). La casa de Dios y la presencia divina no inspiran temor en quien conoce el amor de Dios. Más bien es todo lo contrario. David, quien conocía íntimamente a Dios, dijo: “Solo una cosa… pido… habitar en la casa del Señor por el resto de mi vida. Así podré disfrutar el placer de estar junto al Señor…”, Salmo 27:4 (PDT); Salmo 26:8. “Prefiero pasar un día en tu templo que estar mil días lejos de él...”, Salmo 84:10 (TLA). Jesús sentía una pasión especial por la casa de Dios: “El amor que siento por tu templo me quema como un fuego”, Juan 2:17 (TLA). ¡Practiquemos la adoración comunitaria! ¡Amemos a Dios y amemos también la ‘casa de Dios’!
Es cierto que el templo de Dios es el cuerpo del creyente (1ª Corintios 6:19) pero también lo es la iglesia: “Juntos constituimos su casa... donde Dios vive mediante su Espíritu”, Efesios 2:20-22 (NTV); 1ª Corintios 3:16. La iglesia es el lugar de la presencia de Dios. De ahí que existe un plan diabólico tendiente a desarraigar a los creyentes de la comunidad de fe. El diablo usará todo tipo de estrategias para separarnos de la vida comunitaria. Una ofensa, un conflicto no resuelto, la enfermedad de un hijo, la adicción de la pareja, cualquier cosa con el fin de alejarnos. Es posible que nos insinúe que es bueno que tomemos un tiempo, para luego ‘regresar’ al servicio con más fuerzas. No caigamos en su ‘trampa’. No dejemos de congregarnos y amar la iglesia, ¡perseveremos y así alegraremos el corazón de Dios!
Conclusión. La persona que no conoce a Dios le tiene miedo y desconfía todo. Jacob era así. No le creyó ni una sola palabra de todas las maravillosas promesas que Dios le hizo en aquel famoso encuentro de Betel. ¿Cómo lo sabemos? Por el trato que le propuso a Dios: “Si Dios me acompaña y me cuida… y me da comida y ropa, y me hace volver sano y salvo a la casa de mi padre, entonces será mi Dios”, Génesis 28:20-21 (TLA). Jacob dijo: “Si Dios me acompaña y me cuida… y me hace volver sano…”, cuando Dios acababa de decirle: “Yo estoy contigo y te protegeré… y te traeré de regreso a esta tierra”, Génesis 28:15 (NTV). ¡Qué difícil resulta confiar en Dios y en sus promesas! Y la única razón de nuestra desconfianza es nuestra ignorancia de Dios. El que no conoce a Dios no le cree ni le confía nada. Pero aquel que realmente empieza a tener una aventura de fe con el Señor se da cuenta cuán bueno, generoso y fiel es Él. Dios le habló a Jacob y Jacob no le creyó. ¡Qué pena! Revelación de Dios indicando el camino que debemos tomar no falta. Lo que está faltando es obediencia. Y tú, ¿creerás en Dios?