Enfermedad y culpa, ¿cómo se relacionan? 9/1/2022 #1178
Episode 189, Jan 11, 2022, 11:32 AM
Pastor José Luis Cinalli
9/1/2022
9/1/2022
Enfermedad y culpa, ¿cómo se relacionan?
“En esos días, Judá dejó su casa y se fue a Adulam…”, Génesis 38:1 (NTV). “En esos días”. ¿En cuáles días? En aquellos en los que José fue vendido como esclavo. En esos días Judá decidió dejar el campamento, quizás por no soportar el remordimiento de haber sido quien propuso vender a José. Además, participó del engaño a su padre cuando le hicieron creer que José había sido devorado por un animal salvaje. El peso de la culpa debe haber sido una tortura para él. No existe otra forma de justificar su rápida salida del campamento. Lo peor de todo es que Judá sabía que su padre confiaba en él. Lo creía el mejorcito de todos sus hijos. En Rubén no podía confiar. El primogénito había mancillado el lecho de su padre acostándose con una de sus concubinas. En Simeón y Leví menos aun. Habían demostrado ser incompetentes el día en que en un arranque de ira asesinaron a todos los hombres de Siquem. Por lo tanto, Judá era el único hijo que Jacob tenía en mente para que fuera el futuro patriarca de Israel. Pero Judá no era tan bueno como su padre creía. Su ‘hijito’ le había vendido al hijo más querido. La culpa por guardar ese secreto debe haberlo devastado y, aunque la Biblia no lo dice expresamente, bien pudo haber sido la razón del abandono prematuro del campamento.
Judá guardó el secreto y cargó con la culpa por más de veinte años (comparar Génesis 37:2; 41:46-47 y 45:6). La culpa es un sentimiento que proviene de haber hecho algo malo a los ojos de Dios. Es la diferencia entre lo que hacemos y lo que deberíamos haber hecho. Judá debió haber defendido a su hermano, en cambio, lo vendió. Ese comportamiento le trajo culpa y la culpa lo alejó de Dios y de su familia. Mientras vivió bajo el peso de la culpa estuvo apartado de sus afectos, esperando que el exilio resolviera su problema. Con frecuencia las personas hacen lo mismo. Esconden sus errores creyendo que el tiempo acallará la campanita de la conciencia. Judá huyó de su pecado sin saber que su pecado lo seguía adonde él iba. No importa donde viviera, el sentimiento de culpabilidad lo acompañaba. En Adulan se casó con una mujer cananea. Su hijo fue una persona tan perversa que Dios le quitó la vida, Génesis 38:7. Luego alquiló los servicios de una mujer que se hacía pasar por prostituta y terminó levantando descendencia de su propia nuera, Génesis 38:25. Qué arruinada estaba la imagen de Dios en la vida de Judá. Mientras no confesaba su pecado vivía cada vez peor y más mal se sentía. Aprendamos esta gran lección: ¡el sentimiento de culpa no desaparece con el paso del tiempo, sino con el arrepentimiento y la confesión de los pecados!
Con frecuencia nos sentimos culpables y con razón. Nos sentimos culpables porque somos culpables. Y en ese caso lo que hay que hacer es remover el pecado, arrepentirnos y volver a Dios: “Pero si confesamos a Dios nuestros pecados, podemos estar seguros de que ha de perdonarnos y limpiarnos de toda maldad, pues para eso murió Cristo”, 1ª Juan 1:9 (NT-BAD). Un día David pecó gravemente e hizo lo mismo que Judá, lo escondió. Durante todo ese tiempo sufrió una verdadera tortura interior: “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día… Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa… ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció”, Salmo 32:3-5 (NTV). El alivio llegó para David el día en que confesó su pecado. Dios lo perdonó y su conciencia dejó de acusarlo. Por eso dijo: “Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia… Sí, qué alegría para aquellos a quienes el SEÑOR les borró la culpa de su cuenta…”, Salmo 32:1-2 (NTV). Ahora bien, advierte un detalle no menor. Mientras David escondió su pecado no solo sufrió bajo el peso del remordimiento, sino que su cuerpo se enfermó: “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió… se envejecieron mis huesos… me debilitaba cada día más”, Salmo 32:3 (NTV, RV, PDT). Muchas de las enfermedades físicas están directamente relacionadas con la manera en la que nos relacionamos con Dios. El pecado enferma todo nuestro ser, incluyendo el cuerpo. ¡Si arreglamos cuentas con Dios muchos de nuestros dolores desaparecerán!
Entonces, mientras no confesemos nuestras faltas la campanita de la conciencia sonará una y otra vez recordándonos el mal que hemos cometido. Pero una vez que admitimos el pecado y nos arrepentimos obtenemos el perdón de Dios y también la liberación del sentimiento de culpabilidad. En otras palabras, la voz de la conciencia deja de sonar. Ahora bien, es probable que seamos culpables sin saberlo. En ese caso debemos pedirle al Señor que nos revele cualquier pecado oculto que necesite ser confesado: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna”, Salmo 139:23-24 (NTV). Una vez que hemos confesado nuestros pecados y nos hemos arrepentido de corazón, confiemos en la promesa de que somos perdonados y de que Dios quitará la culpa: “Yo les perdonaré todas sus maldades, y nunca más me acordaré de sus pecados. Les juro que así será”, Jeremías 31:34 (TLA); 1ª Juan 1:9; Salmo 85:2; Romanos 8:1. Hay algo más que debes saber. Existen ocasiones cuando sentimos una culpa falsa. El acusador nos recuerda las cosas malas que hemos cometido (que Dios ya ha perdonado) para hacernos sentir mal. En ese caso ten la confianza de creer que Dios no te pedirá cuenta por ellas. Simplemente rechaza al diablo y pídele a Dios que te devuelva el gozo de la salvación, Salmo 51:12.
La enseñanza bíblica es muy clara: el que quiera librarse del sentimiento de culpabilidad deberá arrepentirse de los pecados, confesarlos y volverse a Dios: “No le irá bien al que oculta sus pecados, pero el que los confiesa y se aparta será perdonado”, Proverbios 28:13 (PDT). Judá se sentía mal y no tenía paz durante todo el tiempo en que escondió su pecado. Cuando uno está mal con Dios, está mal consigo mismo. El día de la liberación llegó cuando Judá reconoció su pecado. Él dijo: “… Es obvio que estamos pagando por lo que le hicimos hace tiempo a José. Vimos su angustia cuando rogaba por su vida, pero no quisimos escucharlo. Por eso ahora tenemos este problema”, Génesis 42:21 (NTV). ¿Recuerdas el incidente? Una gran sequía azotaba la región de Canaán, razón por la cual los hijos de Jacob recurrieron a Egipto en busca de alimentos. Allí se encontraron con José sin saberlo, quien les exigió traer a su hermano Benjamín para seguir comerciando con Egipto. Al principio Jacob se opuso, pero Judá intervino comprometiéndose a velar por la seguridad del más pequeño. Llegaron a Egipto y José los puso a prueba. Le pidió a su mayordomo que colocara disimuladamente su propia copa en el bolso de Benjamín sin que los hermanos se dieran cuenta, Génesis 44:2. Luego los acusó de robo y decretó que el pequeño se convirtiera en esclavo. ¿Qué hizo Judá? Se mostró compasivo; actitud muy diferente a la que había tenido tiempo atrás con el propio José. Fue al palacio y, rostro en tierra, pidió clemencia. Incluso más, estuvo dispuesto a ser él mismo un esclavo, con tal que Benjamín quedara en libertad: “Por favor, mi señor, permita que yo me quede aquí como esclavo en lugar del muchacho, y deje que el muchacho regrese con sus hermanos. Pues, ¿cómo podré regresar y ver a mi padre si el muchacho no está conmigo? ¡No podría soportar ver la angustia que le provocaría a mi padre!”, Génesis 44:33-34 (NTV). Judá, el hermano que había dado el primer paso para vender a José, ahora da el primer paso para tomar el castigo que le darían a Benjamín. Judá había cambiado. Había resuelto el problema de la culpa de la única manera posible: arrepintiéndose de su pecado. Solo así fue libre de un sentimiento que lo había torturado por más de dos décadas.
La culpa no es mala; al contrario, es necesaria para alcanzar salvación. Esa convicción interior de que no hemos respetado los estándares establecidos por Dios es muy buena, si nos conduce al arrepentimiento. Sin el sentimiento de culpa uno no puede reconocer su pecado y, sin el reconocimiento del pecado no hay necesidad de un salvador. Pero cuidado con la excesiva culpabilidad. Si hemos confesado el pecado y nos hemos arrepentido genuinamente tengamos la confianza de creer que Dios nos ha perdonado. Entonces dejemos atrás ese sentimiento. No permitamos que el diablo nos llene de una culpa que no es real. Recuerda que al venir a Cristo fuimos hechos nuevas criaturas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”, 2ª Corintios 5:17. Y parte de esas cosas “viejas” que “pasaron” es el recuerdo de antiguos pecados y la culpa que produjeron. Entonces, no te sumerjas en los recuerdos pecaminosos de una vida que ya fue, memorias que deberían estar muertas y enterradas hace mucho tiempo. Sentir culpa por esas cosas que fueron perdonadas no tiene sentido y son sentimientos contrarios a la vida cristiana victoriosa que Dios quiere que tengas. ¡Si Dios te ha salvado de una cloaca, no regreses a sumergirte y nadar en ella!