Transformando el mundo mediante una iglesia avivada 8/5/2022 #1195
Episode 206, May 08, 2022, 10:04 PM
Pastor José Luis Cinalli
8/5/2022
8/5/2022
Transformando el mundo mediante una iglesia avivada
Una lectura superficial del libro de los Hechos es suficiente para reconocer que los creyentes de la primera hora tuvieron un vínculo con el Espíritu Santo totalmente desconocido para nosotros. Fueron testigos de un despertar espiritual sin precedentes. Los fuegos mortecinos de la fe se avivaron de repente y la iglesia salió disparada a predicar a Cristo. Los lugares de oración temblaban, las personas eran azotadas por la convicción de pecado y, ciudades enteras conocieron el efecto transformador del evangelio. El crecimiento de la iglesia era vertiginoso y el imperio más grande y poderoso de entonces fue sacudido por Dios en pocos años. ¿No te gustaría ver algo parecido hoy en día? Claro que sí. Suspiramos por ver a Dios obrar de una manera desacostumbrada y tener los mismos resultados que ellos tuvieron. ¿Qué deberíamos hacer para lograrlo?:
1) Orar juntos. ¿Cuál fue el primer milagro del Cristo ascendido? Reunir a sus discípulos para orar. “Todos se reunían… unidos en oración”, Hechos 1:14 (NTV). “Todos se reunían… para… perseverar unánimes en la oración”, Hechos 2:42 (BPD, CST); Hechos 2:44. ¡Creyentes reunidos, unidos, orando! Y, ¿con qué frecuencia se reunían para orar? “Todos los días…”, Hechos 2:46 (BL95). ¿Cuál fue el segundo milagro del Cristo ascendido? Bautizar con el Espíritu Santo a los creyentes reunidos: “El día de Pentecostés, todos los creyentes estaban reunidos… Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo…”, Hechos 2:1-4 (NTV). ¡Creyentes reunidos y unidos orando con perseverancia siempre da como resultado la llenura del Espíritu Santo! ¿Cuál fue el tercer milagro del Cristo ascendido? Convertir a tres mil personas: “Todos los días se reunían… y… todos los días el Señor incorporaba a los que habían de salvarse”, Hechos 2:46 (BL95) y 47 (NT Navarra). ¿Lo ves? Cuando Dios llega, las personas son salvas. Cuando Dios llega, llega con bendiciones. Nuestro deber es ocuparnos de Dios y Dios se ocupará del resto. Ahora bien, el tercer milagro no sería posible sin el primero. Sin una reunión de oración no hay avivamiento. Sin una reunión de oración nada significativo sucederá en tu vida, hogar o ministerio. Es la oración colectiva la que da como resultado la manifestación de Su presencia. Mientras aquella primera iglesia oraba, el movimiento del espíritu no se terminaba. ¡La catástrofe llegó el día en que la reunión de oración comenzó a declinar!
Si aspiramos a los mismos resultados que tuvo aquella primera iglesia deberíamos reconsiderar nuestra vida espiritual. ¿Oramos? ¿Oramos juntos? ¿Con qué frecuencia lo hacemos? La triste realidad es que la oración colectiva ha sido descuidada. Peor aún, ha sido descuidada por los líderes. No es de extrañar entonces que tengamos tan pobres resultados. Los dirigentes espirituales de aquella primera iglesia eran personas consagradas a la oración, ¡a la oración colectiva! “Pedro y Juan se dirigían al templo para tomar parte en la oración…”, Hechos 3:1 (CST). Y la Biblia dice que “todos los días iban al templo…”, Lucas 24:53 (TLA). El principal ministerio de los líderes fue y debería ser el de orar juntos: “Nosotros nos dedicaremos… a servir a Dios por medio de la oración, y (después) a anunciar el mensaje de salvación”, Hechos 6:4 (TLA). ¡Qué claro está! Antes de planear, predicar, promover o hacer discípulos debemos orar. El modelo de oración colectiva era común en todos los apóstoles. Pablo dijo: “… Salimos a las afueras de la ciudad… donde esperábamos encontrar un lugar de oración…”, Hechos 16:13-14 (BAD).
El secreto de Jesús para el avivamiento es ORAR JUNTOS. Pero precisamente es eso lo que no hacemos. El gran error que hemos cometido fue privatizar la oración en detrimento del modelo bíblico de la oración colectiva (si es que oramos en la vida privada). Y privatizamos también la llenura del Espíritu Santo en detrimento del modelo bíblico de la llenura colectiva del Espíritu Santo. Cuando Jesús envió a sus discípulos al aposento alto los envió colectivamente, Hechos 1:15. Cuando dijo: “Reciban al Espíritu Santo” (Juan 20:22), los discípulos lo recibieron colectivamente. Cuando derramó el Espíritu Santo lo hizo colectivamente, Hechos 2:3. Cuando Pablo exhortó a la iglesia de Éfeso a ser llenos del Espíritu Santo los exhortó colectivamente, Efesios 5:18. El primer bautismo del Espíritu Santo entre gentiles vino sobre Cornelio y su familia. El “… enséñanos a orar” (Lucas 11:1) de los discípulos fue una petición colectiva de oración. Jesús requirió una “casa de oración” (Lucas 19:46) y no departamentos individuales de oración. Por eso somos llamados a un real sacerdocio y no solo a ser un montón de sacerdotes privados. Esa es también la razón por la cual Jesús dijo: “Dondequiera que estén… reunidos en mi nombre, allí estaré yo”, Mateo 18:20 (NT-BAD). ¿Lo ves? Cristo quiere que nos reunamos, que nos reunamos en oración colectiva. Quiere que nuestras reuniones estén llenas de oración para que estén llenas de su Presencia. Dios se manifiesta en medio de la oración comunitaria como lo hizo en Antioquía (Hechos 13), o en la cárcel, cuando Pablo y Silas “se pusieron a orar y cantar a… Dios”, Hechos 16:25 (BAD). ¡En el mismo acto de recibir adoración Dios a menudo escoge revelarse!
Existe una gran diferencia entre orar y dedicarse a la oración. La iglesia que experimentó el primer y gran avivamiento estaba consagrada a la oración. Antes de Pentecostés la iglesia “se dedicaba a la oración”, Hechos 1:14 (NVI). Después de Pentecostés los creyentes “se dedicaban con perseverancia a… las oraciones”, Hechos 2:42 (BDA 2010). Los líderes “estaban dedicados de lleno a la oración”, Hechos 6:4 (BAD). Pablo dijo: “Dedíquense a la oración…”, Colosenses 4:2 (NVI). La palabra dedicado significa comprometido. Es adherir fuertemente. Es la imagen de un Rottweiler que clava sus dientes en un trozo de carne cruda y no la suelta por nada del mundo. Epafras es un ejemplo. Cuando Pablo escribe a los creyentes de Colosas les dice: “Les manda saludos Epafras… Este siervo de Cristo… está siempre luchando en oración por ustedes…”, Colosenses 4:12 (NVI). Habría sido suficiente con que Pablo dijera: “Epafras está orando por ustedes”, pero fue más lejos y dijo que Epafras estaba batallando en oración; es decir, agonizando al punto de tensionar cada nervio y músculo de su cuerpo. Esa clase de oración a fondo, sin tregua, que no escatima nada y que sale del corazón es el tipo de oración con la que se inició la primera iglesia y es la clase de oración que necesitamos hacer hoy en día, si queremos los mismos resultados que ellos tuvieron.
2) Amarnos. La medida del amor de un creyente por Dios es la medida del amor por su hermano: “...Cualquiera que ama a sus hermanos está íntimamente unido a Dios...”, 1ª Juan 4:16 (TLA). Jesús le dio autoridad al no creyente para juzgar a los creyentes: “Uno puede saber quién es hijo de Dios y quién es hijo del diablo. El que… no ama a su hermano… no pertenece a la familia de Dios… Si amamos a los… hermanos… hemos obtenido la vida eterna. El que no ama… va rumbo a la muerte eterna”, 1ª Juan 3:10-14 (NT-BAD). “El que afirma que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad”, 1ª Juan 2:9 (NVI). La gente sabe si somos discípulos de Jesús por el amor que nos tenemos: “Todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”, Juan 13:35 (NVI). El amor entre los hermanos hace que Jesús sea conocido en el mundo. Es la mejor herramienta evangelística que tenemos y la más barata. Por eso Jesús oró para que “todos… estén unidos… para que el mundo crea”, Juan 17:21 (DHH). Lastimeramente no somos conocidos por amarnos sino por dividirnos. Qué diferencia con aquellos primeros creyentes que “tenían un solo corazón y una sola alma”, Hechos 4:32 (MN).
3) Difundir el evangelio. La falta de amor por los perdidos también es una evidencia de que nuestro amor por Dios ha declinado. Hoy en día son pocas las iglesias que tienen un corazón como el de la iglesia de Tesalónica: “Partiendo de ustedes, el mensaje del Señor se ha proclamado... en todo lugar; a tal punto... que ya no es necesario que nosotros digamos nada”, 1ª Tesalonicenses 1:8 (NVI). ¿Puede decirse de nosotros algo parecido? Evidentemente necesitamos reavivar nuestro amor por Cristo y por su obra. Y si no lo hacemos Jesús amenazó con quitar el candelero de su lugar, Apocalipsis 2:5. Es posible que la organización y las actividades continúen, todo sin ninguna luz. ¿Puede haber una tragedia más grande que una iglesia pierda su testimonio? Las almas tropezarían y se perderían en la oscuridad, pero Dios reclamará su pérdida a la iglesia que perdió la luz por haber perdido el primer amor. ¡Es hora de retomar el primer amor! ¡Es hora de avivarnos!