Sumergidos en el fuego de la presencia de Dios 26/6/2022 #1202
Episode 213, Jun 26, 2022, 08:36 PM
Pastor José Luis Cinalli
26/6/2022
Sumergidos en el fuego de la presencia de Dios
“Yo los bautizo con agua… pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo… Él los bautizará (“los sumergirá”, Kadosh) en el Espíritu Santo y en el fuego”, Mateo 3:11 (BPD).
Dios promete empaparnos en el fuego. ¿A qué fuego se refiere? ¡A la presencia manifiesta de Dios! En las Escrituras el fuego se usa con frecuencia para representar la presencia de Dios. El Dios trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) está en llamas. Dios el Padre es llamado “fuego consumidor”, Deuteronomio 4:24; Hebreos 12:29. Cuando Daniel vio a Dios dijo que “Su trono era de llamas de fuego con ruedas de fuego ardiente”, Daniel 7:9 (BLA). El salmista aseguró que “Dios viene… le precede un fuego…”, Salmo 50:3 (SA). Cuando los Sirios sitiaron a Israel el siervo de Eliseo entró en pánico, 2º Reyes 6:15. Y, ¿sabes qué hizo el profeta para ayudarlo a vencer su preocupación? Le pidió a Dios que pudiera ver lo invisible. Como resultado vio a Dios en fuego: “…Oh SEÑOR, ¡abre los ojos de este joven para que vea!”. Así que el SEÑOR abrió los ojos… y… vio que la montaña… estaba llena de caballos y carros de fuego”, 2º Reyes 6:17 (NTV). ¿Y qué decir de Elías? El profeta de fuego, fue llevado al cielo en “un carro de fuego, tirado por caballos de fuego…”, 2º Reyes 2:11 (NTV). ¿Lo ves? ¡Dios el Padre está en llamas!
Ahora bien, Dios el Hijo también está en llamas. Juan vio a Cristo resucitado ardiendo de pies a cabeza, Apocalipsis 1. Finalmente, Dios el Espíritu Santo también está en llamas y se nos exhorta a que no lo apaguemos: “No apaguen el fuego del Espíritu Santo”, 1ª Tesalonicenses 5:19 (NT-BAD). La primera iglesia fue sumergida en el fuego del Espíritu Santo en el día de Pentecostés: “… Llamas… de fuego… se posaron sobre cada uno de ellos”, Hechos 2:3 (NTV). En definitiva, Dios trino está en llamas y se nos promete ser bautizados en ese fuego. El fuego del Espíritu Santo hace tres cosas:
1) Ilumina. El destello de una llamarada arroja luz en medio de la noche e ilumina los rincones más oscuros. La llama del faro guía al marinero al puerto y al viajero a su destino. En el fuego hay luz y guía. El Espíritu Santo es quien nos guía a toda verdad y dirige nuestros pasos al hogar celestial.
2) Apasiona. Cuando el Espíritu Santo llega, nuestros corazones se inflaman con pasión y amor hacia Dios y quienes nos rodean. ¡La esencia del cristiano es un corazón ardiente! Cuando lo pierde solo queda la cáscara de la religión.
3) Purifica. “Él es como el fuego que se usa para purificar…”, Malaquías 3:2 (PDT). La presencia del Espíritu Santo entresaca lo precioso de lo vil. Su presencia limpia lo falso y deja solo lo auténtico en nuestras vidas. Nos purga de toda la escoria. Y cuando estamos limpios podemos ser útiles para Dios: “purificado… listo para ser usado”, 2º Crónicas 29:19. Ser envueltos con el fuego del Espíritu arruina nuestra vieja naturaleza. Nos transforma para siempre. Nos despierta de la modorra espiritual. Acaba con la tibieza, agita el deseo por conocer a Cristo y nos acelera en los propósitos divinos. Nos convierte en candeleros de fuego que llevan el fuego de la manifiesta presencia a Dios a otros. De todos modos, no olvidemos que no todo fuego es beneficioso. Existe un fuego que destruye. Y ese fuego está prometido para quienes no quieran arreglar cuentas con Dios. “El Señor Jesús vendrá del cielo con fuego ardiente para castigar a todos los que no reconocen a Dios ni aceptan las buenas noticias de nuestro Señor Jesucristo”, 2ª Tesalonicenses 1:8 (PDT). Lo que queremos es arder, pero no con un fuego que mata sino con un fuego que limpia, purifica y nos capacita para ser efectivos en el ministerio. ¡Que seamos encendidos por el fuego de Dios!
Cuando somos bautizados por el Espíritu se activa en nosotros el deseo de conocer a Dios. No te olvides que, según Efesios 2 el hombre está muerto espiritualmente, por lo tanto no puede ver el rostro de Dios ni oír su voz. Antes que Dios lo visite el hombre está muerto, encerrado en una caja a punto de ser enterrado en la más densa oscuridad de la eternidad. Pero cuando Dios aparece ‘arruina’ el funeral, resucita al muerto, lo enciende con el fuego del Espíritu y lo envía a prender fuego a los demás. Cuando estamos en el Espíritu somos transformados de personas que no desean a Dios, a personas que desean conocerlo más que cualquier otra cosa en esta vida. La Biblia dice que somos bautizados en el Espíritu. La palabra espíritu es aliento de vida. El Espíritu alienta la vida de Dios en nosotros. Cuando el Espíritu de Dios entra en nosotros, nuestra vida cansada, mortecina y derrotada desaparece y una oleada de nueva vida nos transforma en nuevas criaturas. Pero la palabra espíritu también significa viento. Viento es poder, poder irresistible. Es el poderoso turbión que una vez oyó Elías, 1º Reyes 19:11. El Espíritu Santo es el Espíritu de poder. Ese poder en nosotros es capaz de hacer lo irrealizable, de resistir lo irresistible y de soportar lo insoportable. Cuando el Espíritu nos bautiza, se desvanece la frustración y llega la victoria.
Pero Juan dice que Cristo también nos bautiza en el fuego, Mateo 3:11. Dios está en llamas, pero también tiene el fuego para encendernos. Nos enciende y nos transforma en hombres y mujeres de fuego: “Él… hace a… sus ministros llama de fuego”, Hebreos 1:7. Las siete estrellas que Juan vio en la mano derecha de Cristo resucitado son sus siervos, encendidos por el fuego de Dios y autorizados a ofrecer el mismo fuego a los demás, Apocalipsis 1:16. No es una estrella, son siete. Y no son diminutas estrellitas que brillan y titilan en el espacio sino, gigantescas masas de combustible ardiendo llenas del fuego de la presencia de Dios. Así como Dios está en llamas Él quiere que nosotros también lo estemos. Y que impartamos ese fuego a los demás. Esto se observa claramente en la bendición sacerdotal: “Que el Señor te bendiga y te guarde. Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su gracia. Que el Señor vuelva hacia ti su rostro y te conceda la paz…”, Números 6:24-26 (MN). El rostro de Dios hace referencia a su manifiesta presencia. Cuando Jacob se encontró con Dios dijo: “He visto a Dios cara a cara…”, Génesis 32:30 (NTV). Y renglón seguido le puso nombre al lugar donde vio a Dios: “Jacob llamó a aquel lugar Peniel que significa “rostro de Dios”, Génesis 32:30 (NTV). Un poco más adelante David dijo. “Es tu rostro, Señor, lo que yo busco…”, Salmo 27:9 (BLA). “… Haz que tu rostro brille sobre nosotros…”, Salmo 80:7 (NTV). Incluso Daniel quería ver el rostro de Dios: “… Haz que tu rostro resplandezca…”, Daniel 9:17. ¿Lo ves? Dios le pidió a los sacerdotes que impartieran verbalmente la bendición de la manifiesta presencia de Dios al pueblo: “Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti… Que el Señor vuelva hacia ti su rostro…”, Números 6:24-25 (MN).
Esta misión de impartir la manifiesta presencia de Dios la tenían los sacerdotes en el A.T. Y los creyentes fuimos comisionados para hacer lo mismo porque somos sacerdotes del Dios altísimo: “Ustedes son… sacerdotes al servicio del Rey…”, 1ª Pedro 2:9 (PDT). Entonces es nuestra responsabilidad orar para ser bautizados por el fuego de la presencia de Dios e impartir ese fuego a los demás: “Dios tenga compasión de nosotros y nos bendiga; Dios haga resplandecer su rostro sobre nosotros”, Salmo 67:1 (BAD).
Existe otra responsabilidad igualmente importante: ¡mantener vivo el fuego del Espíritu! Cuando Juan vio al Cristo entronado y exaltado en Patmos, el Señor estaba caminando entre candelabros, Apocalipsis 1:7. Cada uno de ellos representa una iglesia local diferente durante el primer siglo en lo que ahora es Turquía. Esos mismos candelabros nos muestran que el propósito principal de la iglesia es mantener el fuego de la presencia manifiesta de Dios. Aquella imagen llameante hace referencia a la identidad esencial de la iglesia como un organismo que ofrece la llama de la presencia manifiesta de Dios al mundo. Ninguna otra institución puede hacer eso. Pero cuidado. Que ningún cristiano se apague. Cristo aún está caminando entre los candeleros examinando la llama, esperando que ofrezcamos la hoguera intensa de su presencia manifiesta. Una iglesia en llamas es la única razón por la que existe en este mundo. ¿Eres un creyente en llama? ¿Estás encendido e inflamando este mundo de la manifiesta presencia de Cristo? Existes y fuiste llamado con ese propósito. ¡No descuides la esencia de tu llamado!