La actitud correcta al orar 24/03/24 #1292
Episode 314, Mar 24, 08:26 PM
Pastor José Luis Cinalli
24/03/24
La actitud correcta al orar
24/03/24
La actitud correcta al orar
“… Los más importantes para Dios son los humildes”, Lucas 18:14 (TLA).
Dios tiene leyes inflexibles en su trato con el hombre: ¡el pecado atrae juicio, pero la humillación atrae su presencia y bendición! Dios dijo: “Yo vivo… con el hombre arrepentido y humillado…”, Isaías 57:15 (BLA). “Bendeciré a los que tienen un corazón humilde y arrepentido…”, Isaías 66:2 (NTV). Para Dios “la mejor ofrenda es la humildad…”, Salmo 51:17 (TLA). La humildad es una cualidad sumamente anhelada por el hombre celestial porque constituye la puerta de entrada a la mismísima presencia de Dios. “El SEÑOR… muestra su bondad a los humildes”, Proverbios 3:34 (NTV). La persona humilde reconoce su necesidad de Dios en todas las áreas de su vida: “… Los humildes… confían en el… SEÑOR”, Sofonías 3:12 (NTV). El humilde se siente vacío sin Dios, perdido sin su dirección, inseguro sin su presencia y desamparado sin su fortaleza. Por tal motivo, ¡la señal más clara de la falta de humildad es la vida sin oración! Cuando nos sentimos confiados, autosuficientes, seguros y optimistas acerca de nuestro futuro, ya no oramos. Remarquemos entonces esta gran bendición del lugar secreto: ¡la humildad nos da acceso a Dios y a su bendición!
Una actitud humilde en nuestra relación con Dios nos abre las puertas del cielo. “… Quien quiera recibir honores debe empezar por ser humilde”, Proverbios 15:33 (TLA). “Humíllense delante del Señor, y él… los premiará (TLA)… los levantará con honor”, Santiago 4:10 (NTV). Veamos dos ejemplos bíblicos de humillación. El primero es Acab. La Biblia dice que “… no hubo nadie como Acab que ofendiera tan gravemente al Señor con sus acciones…”, 1º Reyes 21:25 (BLPH). Sin embargo, al final se arrepintió y fue perdonado: “¿Viste cómo Acab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado, no haré lo que prometí mientras él viva...’”, 1° Reyes 21:29 (NTV). La humildad y el arrepentimiento son actitudes tan infrecuentes que quien las tiene impresiona gratamente a Dios. El segundo ejemplo es Manasés. Este rey era tan corrupto como Acab pero un día: “... Se humilló tanto… que Dios escuchó su oración y lo perdonó…”, 2º Crónicas 33:12-13 (TLA). “Dios no desprecia a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente”, Salmo 51:17 (TLA). Sin embargo, los orgullosos son tratados de una manera diferente. Herodes murió comido por los gusanos porque “no dio la gloria a Dios”, Hechos 12:23. ¿Y qué decir de Nabucodonosor? Alardeaba de su grandeza mientras caminaba por la terraza de su palacio y Dios lo envió al campo a vivir entre los animales, Daniel 4:33. Si permaneces humilde el Señor podrá hacer grandes cosas en y a través de tu vida, pero muy pocas si eres orgulloso.
La humildad es fundamental para que nuestras oraciones sean escuchadas. “Si se humillare mi pueblo… yo oiré desde los cielos…”, 2º Crónicas 7:14. La puerta del cielo tiene el dintel tan bajo que solo se puede entrar de rodillas. ¿Recuerdas la parábola del fariseo y el publicano? Ambos oraban al mismo Dios, leían la misma Torá y cantaban los mismos himnos pero uno fue perdonado y aceptado, mientras que el otro rechazado y condenado. El fariseo parecía ser un devoto creyente en Dios. Se congregaba y ‘oraba’ pero su oración nunca fue oída y Dios nunca lo perdonó. Su gran problema era el orgullo, Lucas 18:10-14. Despreciaba a los demás considerándose mejor que ellos. Iba al templo solo para recordarle a Dios lo bueno que era: “… Te agradezco Dios, que no soy un pecador… no peco… Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”, Lucas 18:11-12 (NTV). Su oración no es la expresión de un alma oprimida por el pecado. No contiene arrepentimiento ni confesión. No reconoce ninguna culpa, por lo tanto no cree necesaria ninguna compasión divina. Presenta sus ‘buenas obras’ y cree que eso le da el derecho a recibir bendición. Es tan petulante que le exhibe a Dios todas sus credenciales. Se parece mucho al rabino que un día le dijo a Dios: “Si en este mundo solo existen dos justos, somos mi hijo y yo; y si solo existe uno, ¡ese soy yo!”. Muchas personas se parecen al fariseo. Seguramente has escuchado decir: “no me arrepiento de nada”. Es lo mismo que decir: “no soy pecador… no peco”. Y, ¿qué les sucede a las personas así? Son condenadas al igual que el fariseo. Entonces, ¿cuál era el pecado del fariseo? El orgullo. En su oración se refiere a sí mismo en cinco ocasiones. Se creía superior porque ayunaba dos veces a la semana. Además confiaba en sus propias buenas obras para ser aceptado por Dios. El creía que su justicia le daba acceso al cielo. ¡Qué diferente era la actitud del publicano! Ni siquiera se atrevía a levantar la vista al cielo sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Señor sé propio a mí, pecador”, Lucas 18:13. Está tan arrepentido por haberle fallado a Dios que se cree no solo un pecador sino el pecador. Por lo tanto, su confianza para recibir aceptación y perdón radicaba en la gracia y misericordia divina y no en sus propias obras. Y por eso fue justificado.
La oración del fariseo nunca llegó al cielo y él nunca fue perdonado. Eso significa que Dios no escucha ni contesta las oraciones de los orgullosos: “… El SEÑOR… se ocupa de los humildes, pero se mantiene distante de los orgullosos”, Salmo 138:6 (NTV). “… Dios rechaza a los orgullosos, pero ayuda con su generoso amor a los humildes”, Santiago 4:6 (PDT). “Dios se opone a los orgullosos y derrama extraordinariamente bendiciones sobre los humildes”, 1ª Pedro 5:5 (NT-BAD). “Cualquiera que se crea más que los demás será humillado, y el que se humille será hecho importante”, Mateo 23:12 (PDT); Lucas 14:11. “.. El que esté libre de altivez como… niño, tendrá estatura en el reino de los cielos”, Mateo 18:4 (NT-BAD). “Mientras más humildes sirvamos a los demás, más grandes seremos. Para ser grande, sirve”, Mateo 23:11 (NT-BAD). “¡Dichosos los que reconocen humildemente sus necesidades espirituales, porque de ellos es el reino de los cielos!”, Mateo 5:3 (NT-BAD). Imitemos la actitud de David y también nosotros seremos personas de presencia: “Me rebajaré más todavía, hasta humillarme completamente”, 2º Samuel 6:22 (NVI).
Analicemos ahora la vida del publicano. A diferencia del fariseo no se cree mejor que los demás y se presenta delante de Dios solo con arrepentimiento. No pretende ser aceptado por sus buenas obras. Solo ruega por misericordia: “… Oró y ni siquiera levantó la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho para mostrar que estaba arrepentido, y dijo: '¡Oh Dios, ten compasión de mí porque soy un pecador!'”, Lucas 18:13 (PDT). Para el publicano la única esperanza y fundamento para su salvación estaba en Dios. La pregunta incómoda que necesitamos hacer es la siguiente: ¿te crees alguien? ¿Crees que tu preparación académica o teológica te da algún derecho delante de Dios o delante de los demás? ¿Crees que tu encumbrada posición social te hace mejor o que el cargo que ostentas en la iglesia te da algún privilegio especial? Cuidado con creernos mejores de lo que en realidad somos. Cuidado con halagarnos con la idea de que no somos tan malos y que hay algo en nosotros que nos hace ser dignos de las bendiciones de Dios. Aunque “muchos hombres proclaman… su propia bondad” (Proverbios 20:6) “todos cometemos muchos errores”, Santiago 3:2 (NTV). Y cuidado con la religión. Porque el fariseo era extremadamente religioso, salió del templo autojustificado, sintiéndose bien mientras era rechazado por Dios. Quiera Dios que nuestra iglesia no sea un lugar donde las personas puedan sentirse cómodas en sus pecados mientras se pierden el mensaje principal de Jesucristo. No está bien que una iglesia sea un lugar donde se acaricie a la gente mientras vuelven a casa contentas, pero lejos de Dios y condenadas a las llamas del infierno. La iglesia no existe para que las personas se sientan bien, sino para que conozcan a Jesucristo y sean salvadas del poder del pecado y de la condenación eterna.
Una breve reflexión final. En su visita a la casa del Señor, el fariseo no recibió ninguna bendición. Y nosotros, ¿recibimos algún beneficio espiritual cuando vamos a la iglesia? ¡Sería una verdadera tragedia si oráramos, ayunáramos o diezmáramos y nuestro servicio no fuera recibido por el Señor! La actitud con la que nos dirigimos a Dios tiene mucho que ver con la forma en que somos recibidos. El humilde publicano recibió mucho de su visita al templo. ¿Por qué? Porque era humilde. En el reino de Dios la manera de subir es hacia abajo. Si quieres crecer en tu relación con Dios necesitas volverte más humilde. No se trata de aceptar la teología de gusano sino de comprender quiénes somos en la presencia de Dios. Cuanto más lo conocemos, más indignos y pequeños nos veremos. Pablo es un claro de ejemplo de humildad. Al principio de su ministerio dijo que era apóstol, despues que era “el más pequeño de todos los apóstoles” (1ª Corintios 15:9); luego dijo que era “menos que el más pequeño de todos los santos” (Efesios 3:8) y finalmente dijo que era “el primero de los pecadores”, 1ª Timoteo 1:15. Pablo se hizo cada vez más humilde porque había crecido en su relación con Dios. Cuanto más crecida espiritualmente sea una persona, más humilde será. San Agustín dijo: “si usted me preguntara que es la primera cosa en la religión, yo contestaría que la primera, la segunda y la tercera cosa más importante es la humildad”.